Por: Johan Steed Ortiz Fernández
El Huila acaba de cumplir años y, como ocurre con tantos cumpleaños en familia, se celebra con voladores, comida típica, bailes y discursos oficiales. Pero vale la pena detenernos y preguntarnos: ¿qué celebramos realmente cuando decimos “feliz cumpleaños, Huila”?
Hace miles de años, mucho antes de que el Huila celebrara aniversarios oficiales, estas tierras fértiles y cálidas ya estaban habitadas por pueblos indígenas que supieron leer el lenguaje del río Magdalena, dominar la agricultura del maíz, la yuca y el cacao, y levantar centros ceremoniales que aún hoy nos interpelan desde la piedra. En el sur floreció la cultura Agustiniana, con su cosmovisión tallada en monolitos que resisten al tiempo; y más hacia el centro y norte del territorio, comunidades Pijaos, Andaquíes y otras etnias ocuparon las cordilleras, los valles y las selvas, dejando huellas en los caminos, en los mitos y en las manos que trabajan la tierra.
Con la llegada de los conquistadores españoles, el Huila fue escenario de resistencia, sometimiento y mestizaje. Se impusieron las encomiendas y los corregimientos, pero también se mezclaron lenguas, costumbres y memorias. Neiva, hoy capital del departamento, fue fundada tres veces antes de asentarse en su actual ubicación, como si incluso la historia colonial entendiera que este territorio no se rinde fácilmente.
Hoy, 120 años después de su creación como departamento, el Huila sigue siendo una tierra de riqueza natural, hídrica y cultural. Tiene una vocación agrícola que podría ser clave para alimentar a Colombia entera, y un pueblo trabajador, resiliente, con identidad propia. Sin embargo, también sigue siendo una región llena de contrastes: con promesas incumplidas, decisiones impuestas desde afuera y oportunidades que se van marchitando por falta de visión de largo plazo.
El campo huilense se está descampesinando. Los jóvenes se van porque no encuentran oportunidades. Las decisiones sobre nuestros territorios, como lo vimos con El Quimbo, los peajes y lo estamos viendo con nuevos proyectos mineros, se siguen tomando desde afuera, sin consultar, sin proteger el agua, sin entender la vocación de la tierra o la afectación a la competitividad. La educación ambiental, el fortalecimiento del tejido rural y los modelos asociativos siguen siendo apuestas aisladas, cuando deberían ser una política pública sostenida y estratégica.
Aun así, hay señales de esperanza. Territorios como Isnos están mostrando que otra forma de desarrollo sí es posible: una que proteja el territorio, valore al campesino y conecte campo y ciudad desde la producción de alimentos, sin intermediarios ni abandono institucional. La riqueza natural del Huila, como sus más de 85 millones de toneladas en reservas de roca fosfórica y caliza podría convertirlo en una potencia en fertilizantes. Pero ese potencial debe servir para fortalecer la seguridad alimentaria, no para que la minería extractiva siga beneficiando a unos pocos. Si no hay educación técnica, inversión social y reglas claras, volveremos a perder una oportunidad histórica.
El turismo en el Huila tampoco necesita más discursos, necesita ejecución. Tenemos planes, diagnósticos y hasta una visión al 2032, pero seguimos fallando en lo más elemental: vías en buen estado, formación para quienes reciben al turista, obras terminadas y operando, y una promoción coherente que no se reinvente cada cuatro años. Lo que ha faltado no es creatividad, sino voluntad política, continuidad institucional y transparencia.
A pesar de ello, hay un aire distinto en el ambiente. Vemos a un gobernador que, al menos en el discurso y en los gestos iniciales, ha querido integrar a todos los municipios, sin importar colores políticos. La campaña ya pasó, y lo que debería venir es el trabajo conjunto, el respeto por la diferencia y el compromiso con la región. Hace rato no se veía ese intento de unidad, y eso demuestra que cuando se trabaja unido, cuando se busca una meta común y se pone por delante el Huila sobre los intereses personales, sí se pueden alcanzar grandes objetivos.
Pero no podemos quedarnos en los buenos gestos ni conformarnos con celebraciones simbólicas. El Huila necesita decisiones valientes, sostenibles y con sentido histórico. Nos estamos quedando con una tierra que tiene todo para brillar, pero que sigue atrapada entre la politiquería, el despilfarro y la falta de liderazgo. Con unos congresistas desconectados de la realidad del departamento, que legislan más desde el ego que desde el territorio.
Este aniversario debe ser la oportunidad para hacernos cargo de nuestro presente y futuro. Que el orgullo por esta tierra no se quede en palabras bonitas, sino que se convierta en acción ciudadana, en exigencia ética, en defensa del territorio.
Porque el amor por esta tierra no se demuestra solo con discursos de tarima, sino con visión a largo plazo, donde el Huila deje de ser un valle de las tristezas y se vuelva la tierra de promisión, construida por los huilenses para los huilenses.
¡Péguese la rodadita… pero siendo un opita ejemplar!








