Por: Hugo Fernando Cabrera Ochoa
Con fiestas o sin fiestas, con alborada o sin alborada, con sampedrito o sin sampedrito, con conciertos o sin conciertos, con desfiles o sin desfiles, con cabalgatas o sin cabalgatas, con guayabo o sin guayabo; los columnistas debemos cumplir con el sagrado oficio de escribir nuestros artículos de opinión, dado que es un hábito y un compromiso con el medio de comunicación, con los lectores y con nosotros mismo.
Pero como por estos días, lectores pocos y parranderos muchos, le toca a uno ignorar la indiferencia y asumir una actitud estoica para que esa apatía no nos quite los deseos de escribir y poder de esta manera cumplirle a quienes disfrutan de una lectura en medio de la algarabía.
Hemos venido abordando en las últimas semanas disímiles temas relacionados con la problemática local, nacional y mundial, y seguramente tanta situación anómala afecta el ánimo de las personas, pues los mensajes negativos no dejan de perturbar la actitud de todos.
Por lo anterior quise abordar el día de hoy este tema, porque el estoicismo, que es una escuela de la filosofía fundada por Zenón de Citio en Atenas a principios del siglo III antes de Cristo, se centra en el cultivo de la virtud, la razón y la tranquilidad interior, como medios para alcanzar la felicidad y la sabiduría, incluso ante la adversidad y las circunstancias externas incontrolables.
Los estoicos creen que la virtud es el único bien verdadero y que las emociones negativas son el resultado de juicios erróneos sobre el mundo.
Es importante entender varios conceptos que están inmersos dentro de este pensamiento filosófico, el primero de ellos es precisamente el de la virtud (areté), que es el bien supremo y el único camino que conduce a la felicidad. Según Zenón de Citio, las cuatro principales virtudes son la sabiduría, la justicia, el coraje y la templanza.
Otro concepto clave es el de la razón (logos), que es el instrumento para comprender el orden natural de las cosas para poderse mover de acuerde a éste. Se cree que la razón debe guiar nuestras emociones y acciones. Es decir que, si somos conscientes de lo que sucede, podemos controlar nuestros sentimientos y nuestras acciones.
La imperturbabilidad (ataraxia), hace referencia al estado de tranquilidad y paz interior que se logra cuando somos conscientes y aceptamos lo que no se puede cambiar y se actúa con sabiduría y templanza. Bien decía el recordado Gabriel Melo (Q.E.P.D.), que hay dos tipos de problemas, los que tienen solución y los que no tienen solución; los que tienen solución es factible enmendarlos porque existe solución; pero los que no tienen solución pues no tienen solución, así que no hay que matarse la cabeza buscando una solución que no existe.
Con base en lo anterior, el estoicismo también hace referencia a la dicotomía de control, la cual distingue entre lo que está bajo nuestra intervención y lo que no lo está (eventos externos, opiniones de otros, etc.), es decir que hay que actuar conforme a lo que sí se puede controlar, y aceptar con humildad y paciencia lo que no se puede modificar.
Esta forma de pensar invita a vivir en armonía con la naturaleza, comprendiendo su orden y lógica, y actuando en consecuencia, aceptando el destino tal cual es, y siendo agradecido con lo que se tiene, incluso en medio de las dificultades.
Pero esto no quiere decir que debemos ser conformistas, no señor, porque el estoicismo invita a desarrollar la autodisciplina, establecer metas y trabajar para alcanzarlas, desarrollando hábitos sanos en concordancia con nuestros objetivos.
Adenda:
Feliz y bendecido San Pedro para todos mis queridos lectores.
