Carlos Yepes A.
Durante las últimas décadas, la migración de huilenses se ha intensificado significativamente hacia los Estados Unidos y España. Nuestra región, lastimosamente, no ha logrado ofrecer condiciones laborales y sociales para garantizar un futuro digno a los huilenses. Este éxodo genera implicaciones preocupantes no solo para las familias, sino también para la estructura demográfica y económica de la región.
La evidente ausencia de empleos bien remunerados, el difícil acceso a los servicios esenciales de calidad, la inseguridad y la incertidumbre llevan a que muchos huilenses tomen la decisión de emigrar. Al hacerlo, dejan sus raíces, sus afectos y acuden a la esperanza de un futuro mejor en tierras extranjeras. Este fenómeno implica un alto costo social, el cual es silencioso pero devastador: el deterioro de nuestra pirámide poblacional. Nuestro mayor potencial, que son los jóvenes, en quienes está cimentado nuestro desarrollo, termina asentándose en otros países. Allí conforman nuevas familias, trabajan y aportan sus talentos a economías foráneas, mientras los que nos quedamos envejecemos, y la población restante, activa económicamente, disminuye.
Por otro lado, la migración también impacta a los huilenses emocionalmente. La división de las familias por miles de kilómetros dificulta mantener los vínculos y las tradiciones. Los hijos de quienes han migrado tratan de mantener sus raíces, pero terminan creciendo lejos de nuestra cultura y, cada día, contribuyen menos al tejido social y económico de nuestra región.
Esto se ha convertido en un problema complejo, pero no insuperable. Revertir esta tendencia debe ser un compromiso. Es imperativo crear políticas públicas que fomenten el empleo, el emprendimiento y la inversión en sectores clave como la agroindustria, el turismo y la tecnología, para que nuestros jóvenes no perciban al Huila, su territorio, como un lugar del cual hay que escapar.
Estamos ante un momento en que los huilenses que están en el exterior no solo deben ser vistos como los que se fueron, sino como un puente para el desarrollo. El Huila debe promover programas de retorno y aprovechar sus experiencias para revitalizar nuestra región. La diáspora huilense debería convertirse en un “motor de transformación”, creando políticas que les den las herramientas para realizar inversiones y contribuir a nuestro desarrollo económico y social.
La invitación es convertir esta diáspora en una oportunidad. La migración no puede ser el único camino hacia el éxito de los jóvenes huilenses. El Huila debe transformarse en un lugar donde no solo se sueñe, sino donde también se pueda construir un futuro. Por eso, insisto en un “Acuerdo para Vivir Mejor”, un desafío que nos convoque a todos: ciudadanos, gobernantes y sociedad civil, para aprovechar no solo nuestra enorme riqueza natural, sino también el talante y la determinación de nuestra raza huilense.
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