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El café del Huila: y el reto hacia una transición de producción sostenible

Nov 10, 2025

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El café colombiano atraviesa una etapa decisiva. Mientras los precios internacionales repuntan y regiones como el Huila consolidan su reputación por la calidad del grano, los caficultores enfrentan un escenario lleno de desafíos: el cambio climático, la informalidad laboral, los altos costos de producción y la necesidad urgente de tecnificar y asociarse.

Por: Niyireth Cruz García 

En las montañas del sur del Huila, donde el verde de los cafetales contrasta con la neblina que acompaña las mañanas, el productor Javier Sanjuán describe la situación con mucha claridad y compromiso ambiental: “Tenemos que pensar que ya producimos el café, que ya lo transformamos, que ya lo vendemos en la taza, pero no estamos preparados para lo que viene”.

Esa frase, sencilla pero cargada de significado, resume el momento en que se encuentra la caficultura colombiana: por un lado, un panorama con buenas señales, mejores precios internacionales, reconocimiento de calidad, estabilidad relativa; por otro, una serie de retos estructurales que podrían poner en riesgo su sostenibilidad, si no se actúa con anticipación.

Las cifras de la industria del café

La industria del café colombiano ha sido históricamente un pilar de la economía rural, generadora de empleo, de identidad y de economía. Según documentos de la Federación Nacional de Cafeteros (FNC), la producción nacional se elevó aproximadamente a 12,8 millones de sacos en el período 2023 y 2024, lo que representó un crecimiento del 20% frente al ciclo anterior.

Sin embargo, esa recuperación convive con advertencias del Ministerio de Hacienda y Crédito Público de Colombia, dejando sobre la mesa cuatro grandes desafíos para el sector: mejorar la productividad y rentabilidad del cultivo; estabilizar los ingresos de los productores; mitigar los efectos de los retrasos en ventas a futuro; y expedir una regulación para la eventual exportación de cafés robusta producidos en Colombia.

Ante este escenario, los testimonios de quienes trabajan la tierra vuelven a tener un valor estratégico. Javier, caficultor del Huila, señala que “el cambio climático es el factor número uno que empieza a afectar en los temas de producción de café”. Para él, no se trata ya de una preocupación remota, sino de una realidad presente: lluvias irregulares, sequías más largas, temperaturas más altas, plagas emergentes. “Si hoy se nos acaba el agua en el planeta”, advierte, “pues puede haber millones de kilos de café que no vamos a poder transformar o entregar al mercado”.

Las cifras respaldan esa inquietud: instituciones como el Centro Nacional de Investigaciones de Café (Cenicafé) han documentado que la temperatura media en zonas cafeteras ha aumentado entre 0,8 °C y 1,2 °C en las últimas tres décadas, lo cual afecta floración, maduración del grano y control de enfermedades. Además, el Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales (IDEAM) advierte que para 2040 las áreas aptas para el cultivo podrían desplazarse hasta 400 metros de altitud, lo que implica costos adicionales, desplazamiento de cultivos y presión sobre zonas más vulnerables.

Los cultivos del café, tendrán que se amigables con la naturaleza 

Una necesidad de replantear los modelos de producción

En este contexto, la sostenibilidad ambiental deja de ser un adorno para convertirse en condición de permanencia. Javier explica que su finca ha adoptado un modelo de “café amigable con el medio ambiente”, algo que distingue de la etiqueta “orgánico” y merece explicación: “No son cafés orgánicos dice. Son cafés relacionados, amigables con el medio ambiente, quiere decir que yo tengo mi caficultura establecida, pero que tengo que sembrar árboles, respetarlos, que esos árboles cubran, deben cubrir también la apicultura para que haya una correlación con la vida, con el ambiente”.

Esa apuesta encaja con la tendencia internacional: por ejemplo, la Unión Europea promulgó una regulación sobre productos libres de deforestación que empieza a perfilar exigencias para el café colombiano, y las futuras exportaciones.

El departamento del Huila aparece en este mapa con cierto protagonismo. Siendo un actor estratégico, hace apenas unos años no era considerado mayor productor, pero hoy se ha consolidado como una de las regiones cafeteras más importantes, con cafés de calidad reconocida internacionalmente. Javier lo dice con orgullo: “El Huila ya está exportando cafés de excelente calidad semanalmente salen mulas llenas de café, es un momento maravilloso para la caficultura”. Pero advierte: “Necesitamos acompañamiento, tecnología, formalización, asociatividad”.

La realidad sobre el terreno muestra algunos obstáculos persistentes. Primero, la renovación de los cafetales envejecidos. El propio Ministerio de Hacienda indicó que en 2022 solo se habían renovado 48.650 hectáreas, frente a una meta de 84.000 hectáreas para ese año.  Muchas fincas operan todavía con variedades vulnerables a roya y con tecnología obsoleta, lo que limita la productividad y encarece los costos de producción. En un entorno donde los insumos fertilizantes, mano de obra, transporte, se encarecen, el margen del productor pequeño queda reducido.

¿Es rentable producir café hoy?

La rentabilidad es otra frente de tensión. A pesar de los buenos precios internacionales, muchos caficultores sienten que no les alcanza. Javier habla de la cadena: “En una carga de café hay al menos 32 beneficiarios, desde el recolector, el transportador” y recuerda que la economía cafetera mueve no solo al productor sino a toda la comunidad rural.

Un estudio del Banco de la República al que alude la FNC indica que un aumento del 10 % en el ingreso cafetero puede generar hasta 43 puntos básicos de crecimiento del PIB un efecto multiplicador que demuestra el peso social del café. Sin embargo, los costos suben y la productividad se estanca, por lo que sin mejoras estructurales el sector podría perder competitividad.

Otro reto de escala es la formalización y el valor agregado. Muchos pequeños productores venden el grano, pero no participan en el procesado, empaquetado o comercialización directa, lo que limita su margen de ganancia. La FNC está impulsando programas de cafés especiales, trazabilidad y valor agregado para cambiar ese esquema.

Javier también lo enfatiza: “Somos pequeños productores, no estamos preparados para lo que viene”. Sin embargo, la inversión requerida para tostar, empacar, certificar, exportar es elevada y no siempre accesible.

En este ambiente, la asociatividad aparece como una herramienta que puede llegar a fortalecer a los caficultores. Javier sostiene que trabajar de manera individual será cada vez más difícil: “Si no trabajamos lo colectivo y lo asociativo, pues no podemos transformarnos”.

La dimensión laboral de la caficultura tampoco está exenta de desafíos. Un informe reciente de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) sobre la cadena del café en Colombia señala que más del 80% de los recolectores trabajan en la informalidad, sin acceso a seguridad social, contratos formales ni prestaciones.

Esa precariedad compromete la sostenibilidad social del sector, porque si la mano de obra que sostiene la cosecha no tiene condiciones dignas, el modelo de producción se resiente.

Empresas e instituciones han hecho avances. La propia FNC, reconoce retos como la inflación, la volatilidad de la tasa de cambio y el encarecimiento de insumos agrícolas. También menciona que la sostenibilidad económica, social y ambiental será un eje estratégico. Pero el reto está en traducir esas declaraciones en impacto real para los miles de fincas pequeñas que aún subsisten con margen reducido.

En el ámbito de la sostenibilidad ambiental, la caficultura enfrenta la necesidad de transicionar hacia modelos más resilientes. Por ejemplo, los sistemas agroforestales cafetal bajo sombra, con árboles nativos y fauna asociada permiten mejorar la biodiversidad, conservar agua y reducir la huella ecológica.

Un estudio de Cenicafé sobre mercados de carbono revela que la caficultura colombiana tiene potencial para participar en mecanismos de mitigación y adaptación al clima, pero para ello requieren capacitación, infraestructura y escala. Javier resume esta idea: “Tenemos que sembrar café amigable con el medio ambiente, que respetemos los principios verdes y naturales que existieron”.

Pensar en el cambio climático es una forma de mantener la producción de café a futuro.

La bondad de los suelos del Huila 

El Huila, en particular, tiene una oportunidad estratégica. Su calidad, altitud, tradición y reconocimiento permiten que sus cafés de especialidad accedan a nichos premium. Pero para aprovecharlo, se requieren mejores vías rurales, acceso a tecnología, extensionismo activo y mayor formalización de los productores.

En su testimonio, Javier pide asistencia técnica directa: “Hoy la institucionalidad ha venido desarrollando un compromiso importante, pero también solicitamos mayor acompañamiento al sector en la parte de tecnología, que lo acompañe un extensionista en campo para poder volver a recuperar lo que hemos perdido”.

En muchas fincas se observa una mezcla de lo viejo y lo nuevo: casas tradicionales, frentes de procesamiento artesanales, cafeteras manuales, y al mismo tiempo drones para monitoreo, sensores para humedad, fertilización localizada. La innovación está avanzando, pero la adopción es lenta. La transformación productiva requiere un marco de políticas que abarque formación, crédito asequible, acceso a mercados y reconocimiento del esfuerzo del productor.

La institucionalidad nacional también está llamada a modernizarse. En el documento CONPES sobre la política para garantizar la sostenibilidad de la caficultura colombiana, se plantearon líneas de acción para coordinar entidades del Gobierno Nacional, incentivar renovación de plantaciones, fomentar innovación, facilitar crédito y promover valor agregado.  Ese marco, en teoría, está disponible; el reto es llevarlo al territorio, hacerlo realidad entre las cuerdas de los Andes.

Quienes trabajan cada día en la molienda, el beneficio húmedo, el transporte por caminos empinados y la exportación saben que la caficultura de Colombia no puede sustentarse solo en volumen; debe sustentarse en calidad, diferenciación, sostenibilidad y organización. El buen momento de producción y precios es una ventana de oportunidad que debe aprovecharse con precisión, porque las exigencias globales, los cambios climáticos y las transformaciones tecnológicas no respetarán tiempos de espera.

Javier lo resume con una invitación directa: “Si nosotros como seres humanos, como caficultor, no somos conscientes de lo mismo que hacemos, tenemos que concientizarnos, mirar el entorno, cuidar ese poco verde que nos queda” Y concluye: “El Huila tiene todo para crecer. Solo nos falta creer en lo que somos”.

En definitiva, para que el café del Huila, logre seguir posicionándose en los mercados Internacionales será necesario unir tres elementos: formación tecnológica, producción sostenible y acceso a mercados de valor agregado. De lo contrario, estaríamos cultivando un legado que se dificulta mantener. El café no solo es ese grano aromático, esa taza que nos despierta cada mañana; es también suelo, agua, familia, empleo, territorio. Y en Colombia, cualquier transformación que ignore esa cadena humana estará destinada a quedarse en buenas intenciones.

Innovación y trazabilidad: el café del futuro

En el panorama de transformación del café colombiano, la tecnología empieza a ser una aliada clave para la sostenibilidad. Con el apoyo técnico y financiero del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), nació MonBo, una plataforma digital de código abierto que pone la inteligencia artificial al servicio del bosque.

Esta herramienta permite a cooperativas rurales monitorear en tiempo real la pérdida de cobertura boscosa en sus fincas y reaccionar de manera oportuna. Gracias al análisis satelital y a la integración de mapas oficiales, MonBo identifica si la deforestación detectada corresponde a una renovación de cafetales o a una tala no permitida.

Con esa información, los productores pueden ajustar sus prácticas agrícolas, proteger sus certificaciones y, sobre todo, demostrar que su café proviene de territorios que cuidan el medioambiente. En palabras de los técnicos del PNUD, “la trazabilidad ya no está en manos de grandes exportadores, sino de los mismos caficultores, quienes ahora son protagonistas de una transición digital y ecológica”.

Europa implementó una nueva ley para la exportación de café, encaminada al cuidado ambiental. 

Del bosque a la taza: sostenibilidad con identidad

Iniciativas como Comepcafé, en el Cauca, y los proyectos que hoy comienzan a replicarse en Nariño y Huila, están redefiniendo lo que significa producir café en Colombia. Cada finca participante está georreferenciada, cada lote tiene su propio código de origen y cada taza que se sirve en Bogotá o en Londres puede rastrearse hasta el caficultor que la cultivó. Pero más allá de la tecnología, esta trazabilidad está fortaleciendo el tejido social en regiones marcadas por la violencia: promueve la organización comunitaria, vincula a mujeres y jóvenes y ofrece alternativas dignas frente a economías ilegales. En un mundo donde la calidad se mide no solo por el sabor sino por la huella ambiental, Colombia tiene la oportunidad de liderar una economía regenerativa, donde producir café significa también conservar los bosques, restaurar los ecosistemas y dignificar la vida rural. Porque como recuerdan los productores del Cauca, “sin bosque no hay agua, sin agua no hay café y sin café se apaga parte de nuestra identidad”.

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