Diario del Huila

El ayer en el hoy de los 413 años de Neiva

May 24, 2025

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A propósito de los 413 años de fundación de Neiva, el presente texto evoca la mirada crítica y visionaria del dramaturgo Gustavo Andrade Rivera, quien en 1957 soñó con una ciudad digna, moderna y profundamente amada. Hoy, a la luz de sus reflexiones, se renuevan viejas inquietudes y se reclaman acciones urgentes para transformar los dolores de la capital opita en un verdadero paraíso habitable.

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Por: Martha Cecilia Andrade Calderón

“Conocer y amar a NEIVA, no con el sentimiento trivial, corriente y simple de sus dirigentes, sino con AMOR GRANDE Y PROFUNDO, capaz de vencer obstáculos de acometer imposibles; el amor que se vuelve obsesión y acaba por hacer milagros”: Gustavo Andrade Rivera.

Cuando la ciudad cumplió 345 años de fundada, es decir en 1957, Gustavo Andrade Rivera publicó un pequeño documento titulado, “Neiva necesita un alcalde que quiera a Neiva”. Era la época en que se estaba saliendo de la aldea para construir señales de modernidad, en palabras del dramaturgo.

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Lo cierto es que hoy cuando la ciudad que tanto amamos nos duele, quisimos reflexionar y repasar aquella prospectiva de los años cincuenta y nos encontramos con una visión legendaria que impulsa a la acción de un continuum pendiente para hacer de las tristezas un alegre valle que engalana el paisaje de la cordillera oriental.

Nominada por el autor en cuestión como una ciudad “anodina y sin gracia”, reclama con la suficiencia que le da el conocerla tres posibles tópicos, llamados en su momento sugestionescreo que se pueden deducir como anhelos o fascinaciones-.  La primera, hace referencia a las calles para mirar el paisaje; la segunda, pensar en Neiva con mentalidad turística; y la última el conocer y amar a Neiva. Un derrotero que puede tener ahínco hoy, si parodiamos aquellas dificultades y solventamos otras, como posibles deudas que reclama la ciudad y que se acrecientan con cada administración que pasa.

Nuestras calles demandan, no sólo el ornato del paisaje, hoy la invasión del espacio público en la parte céntrica de la ciudad, sino en los barrios donde cada día aparecen negocios y cantinas que dificultan la convivencia residencial de sus habitantes. A ello se agrega la terminación de obras inconclusas; la desatención a las vías convertidas en pistas de cross porque no faltan los baches, huecos, depresiones, protuberancias, pavimentos irregulares; la falta de mantenimiento de semáforos y señalización. El caos de vías cruzadas entre carros y motos es asfixiante para los conductores que lidian sus rutinas serpenteando calles y avenidas. No hay atención ni creación de parques y glorietas.  Ni que decir del paisaje humano, la inseguridad y la falta de cultura cívica.

El anhelar la Neiva turística desde siempre sigue siendo una urgencia para los visitantes. No existen como lo plantea Andrade Rivera, un mirador para la ciudad -él propuso la creación de una hostería en el sitio del acueducto-. Los barrios populares se encuentran en condiciones deplorables – las ollas y sitios de vandalismo evocan el desorden urbanístico de los años cincuenta.

En este sentido se sugiere hoy, por ejemplo, que la ruta Villamil de las 10 esculturas que tiene la ciudad debe ligarse al Sendero Villamil que se ha propuesto hacia la zona rural de Vegalarga. Que haya un paseo turístico literario por la tierra de José Eustasio Rivera. Otro por el río Magdalena con sus mitos-, muchos excursionistas vienen con la ilusión de palpar el río de la patria y un malecón limpio dentro de los atractivos citadinos, pero no existen.

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Considero que una de las exposiciones más preponderante del texto referido es el cambio de horarios de la ciudad, se propone que el comercio se cierre a las 12:00 m y se abra de nuevo a las 4:00 p.m. hasta las 9 o 10 de la noche. Argumenta Andrade que, la vida nocturna es el termómetro del bienestar ciudadano, índice de la riqueza de los pueblos, característica de las grandes ciudades. E incluso sueña que este horario sirva para que las mujeres salgan de compras; se asista a fiestas, teatro, griles, hosterías, cafeterías y que hasta los templos estén abiertos bajo el suave clima nocturno que “revive y redime de las horas muertas y pesadas del medio día y de la tarde”.

El conocer y amar el terruño exige, no el sentimiento trivial, corriente y simple, sino el amor grande y profundo, capaz de vencer obstáculos de acometer imposibles; el amor que se vuelve obsesión y acaba por hacer milagros. Prosigue, “el amor de esta naturaleza no se da por generación espontánea, viene del conocimiento y es casi imposible amar lo que no se conoce”. Hay que conocer las ciudades, porque éstas tienen alma, es su pasado y su historia, a ello hay que volver.

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