Durante más de tres décadas, los habitantes del centro poblado El Juncal, en Palermo (Huila), han consumido agua con niveles peligrosamente altos de flúor, una crisis de salud pública que ha marcado a generaciones enteras y que, pese a múltiples denuncias, estudios, emergencias declaradas y promesas políticas, sigue sin una solución definitiva. Mientras los niños crecen con fluorosis y las familias cargan agua en baldes para sobrevivir, el acueducto pendiente se ha convertido en el símbolo más doloroso de una promesa incumplida.
Por: Niyireth Cruz García
La historia del Juncal contada desde adentro
La historia del Juncal está marcada por la lucha comunitaria, la autogestión y una larga cadena de promesas oficiales incumplidas. Según el relato de una habitante que nació y creció en el territorio, hija de una de las familias fundadoras, el poblado comenzó hace 57 años cuando diez familias llegaron a un punto conocido como Las Sardinatas.
Allí levantaron cambuches mientras el antiguo Incora adjudicaba los terrenos donde se asentaría el centro poblado. La primera tarea comunitaria fue asegurar el agua: descubrieron una laguna natural formada por las escorrentías de la montaña y, mediante mingas, hombres y mujeres construyeron las primeras tuberías a pulso, abriendo brechas con pica y pala para llevar el agua hasta la parte alta del territorio, donde levantaron un reservorio con tanques hechos por sus propias manos. Ese sistema casero ingenioso y colectivo fue el que abasteció al Juncal durante décadas, aunque con el tiempo terminó siendo presentado y legalizado por las administraciones locales como si fuera obra municipal.
El crecimiento de la población trajo nuevos desafíos. La laguna comenzó a ser invadida y contaminada por viviendas ubicadas en sus alrededores, lo que obligó a la alcaldía de la época a reubicar a algunas familias. Sin embargo, las construcciones privadas con poder económico continuaron vertiendo aguas residuales hacia el cuerpo de agua, agravando el deterioro ambiental. Para entonces, la comunidad ya no dependía del agua de la laguna: una empresa petrolera que realizó actividades sísmicas en la zona dejó como compensación un pozo profundo, que pasó a convertirse en la principal fuente de abastecimiento.
Pero con el tiempo esta solución se convirtió en una tragedia silenciosa: hace más de 30 años, los habitantes empezaron a notar problemas de salud, especialmente en niñas y niños, con malformaciones óseas, dolores, dientes porosos y un aumento progresivo de casos asociados a fluorosis. Estudios realizados por estudiantes universitarios en 2007–2008 encontraron altos niveles de flúor y rastros de contaminación por materia fecal y lixiviados provenientes del cementerio, debido a tuberías antiguas y filtraciones subterráneas.
A pesar de las denuncias, muchas de estas investigaciones fueron archivadas tras presuntas presiones. Hoy la comunidad sostiene que esta es una emergencia de salud pública ignorada por más de tres décadas. Aunque una Acción Popular interpuesta desde 2014 falló a favor de los habitantes, la respuesta institucional se ha limitado a instalar tanques provisionales que se llenan con carrotanques que no cumplen condiciones para transportar agua potable. La población, en cambio, sigue comprando agua, cargándola desde nacederos o, cuando no hay opción, consumiendo la misma agua contaminada que ha deteriorado su salud durante generaciones.

Un problema de salud pública
El centro poblado de El Juncal, en el municipio de Palermo, Huila, es el escenario de una crisis de salud pública que se ha convertido en un trágico déjà vu noticioso. Lo que debería ser un derecho básico el acceso a agua potable es para sus más de 6.000 habitantes una fuente de enfermedad, preocupación e incertidumbre. Se trata de un tema que, pese a su gravedad, ha permanecido durante décadas atrapado en la inacción gubernamental, mientras generaciones completas han crecido bajo los efectos silenciosos y acumulativos del flúor presente en el agua que consumen.
La problemática no es nueva, ni ha pasado inadvertida. Las altas concentraciones de flúor en el pozo que abastece al poblado han sido evidenciadas una y otra vez en estudios técnicos, reportajes periodísticos y denuncias ciudadanas. La fluorosis, una enfermedad causada por la ingesta prolongada de agua con exceso de flúor, ha dejado huellas visibles en cientos de habitantes, especialmente en los niños: dientes manchados o fracturados, deformaciones óseas, dolores articulares y afectaciones que comprometen su bienestar físico, emocional y social.
Múltiples medios de comunicación regionales y nacionales han registrado la situación, e incluso programas de televisión de alta audiencia han dedicado emisiones completas a mostrar los rostros de los menores afectados. Las cámaras han captado el dolor, la vergüenza y la resignación de familias que, pese a hacerse escuchar, han visto pasar promesas que nunca llegaron a concretarse. Las declaratorias de emergencia sanitaria, los llamados públicos y las intervenciones de la academia —como la propuesta técnica de captar agua del río Magdalena mediante un proceso de filtración natural— han sido hitos importantes, pero insuficientes.
Sin embargo, el eco de estos informes contrasta con la realidad cotidiana. Hoy, El Juncal sigue esperando una respuesta efectiva. Pese al amplio cubrimiento mediático, la validación científica del problema y las múltiples declaraciones de voluntad política, la comunidad aún no cuenta con una solución definitiva que les garantice un suministro de agua verdaderamente segura. Durante décadas, las familias han sobrevivido entre improvisación, carrotanques, recomendaciones generales de salud y una sensación de abandono institucional que se ha vuelto parte de su día a día. Mientras las administraciones cambian, el flúor permanece, cobrando un costo que no solo es sanitario, sino también emocional y social.

“Llevamos 30 años esperando agua digna”
David Mora González, presidente de la Junta de Acción Comunal del centro poblado El Juncal, afirmó que la comunidad lleva más de tres décadas enfrentando las consecuencias del agua contaminada con altos niveles de flúor, una problemática que —según denuncia— ha sido utilizada por “todos los políticos de turno como caballito de batalla para ganar votos”, sin que hasta ahora se haya materializado una solución real. “Tenemos la peor agua de la historia”, expresó, al señalar que la fluorosis ha afectado gravemente la sonrisa, los huesos y la autoestima de los niños y jóvenes del poblado. “A muchos les da pena sonreír, a otros incluso mostrar los brazos. Eso es muy doloroso”.
Mora relató que, además de las manchas dentales y deformaciones en extremidades, la comunidad ha reportado dolores estomacales, molestias en la piel y afectaciones óseas. Aun así, asegura que no han recibido acompañamiento médico institucional por parte de las entidades encargadas. “Sería mentir decir que sí. Todos vienen, hablan, prometen, pero a la hora de la verdad, nada”, expresó con frustración.
Actualmente, a raíz de las medidas temporales de la administración municipal, los habitantes del Juncal acceden al agua potable mediante tanques instalados en puntos estratégicos, que son abastecidos cada tres días por carrotanques. Las familias deben desplazarse con “pimpinas, timbos o baldes” para recoger el agua destinada al consumo y la preparación de alimentos. “Llevamos como siete meses cargando agua así”, explicó. Mientras tanto, el agua del pozo —aún con flúor— continúa siendo utilizada para lavar, regar o bañarse, aunque varias personas siguen presentando brotes en la piel y otras reacciones asociadas al contacto prolongado.
El líder comunitario aseguró que la población ha agotado todas las instancias posibles durante estos 30 años: denuncias, acciones legales, reuniones con autoridades municipales y departamentales, solicitudes ante entidades de control y visibilidad mediática constante. Recuerda que incluso programas como Séptimo Día dedicaron capítulos completos a documentar la crisis. A pesar de ello, señala que entidades como la Secretaría de Salud y la CAM han sido negligentes: “La CAM dio un permiso por 11 años y ya llevamos casi 30 con el mismo problema”, recalcó.
Finalmente, Mora envió un mensaje directo al Gobierno Nacional, a la Gobernación del Huila y a las autoridades de salud: “Inyéctenle los recursos al alcalde de Palermo para que por fin tengamos agua potable. Somos 6.000 habitantes que merecemos vivir sanamente”. Aseguró que la comunidad mantiene la esperanza puesta en el proyecto técnico recientemente socializado, que será presentado oficialmente el próximo 19 de noviembre. “Es el sueño más grande que tenemos: ver a nuestro pueblo con el agua que tanto hemos deseado”.
Respuesta oficial del alcalde de Palermo, Kleiver Oviedo Farfán
El alcalde de Palermo, Kleiver Oviedo Farfán, aseguró que el acueducto del centro poblado El Juncal es una de las principales prioridades de su administración, un problema que, según destacó, lleva más de 30 años afectando a la comunidad sin que se hubiera trazado una ruta real de solución. “Todos hablaban del problema, pero nadie había planteado cómo resolverlo”, afirmó.
Oviedo explicó que el pozo que abastece actualmente al poblado presenta altas concentraciones de flúor, lo que mantiene el riesgo de fluorosis en niños y adultos. Ante ello, la Universidad Cooperativa de Colombia propuso a la Alcaldía una alianza para definir una nueva fuente de captación y posteriormente elaboró el estudio técnico y el diseño del proyecto. Dicho estudio plantea como alternativa más idónea captar el agua directamente del río Magdalena mediante un sistema de filtración, que luego sería conducida hasta El Juncal, donde se construirían modernas plantas de tratamiento para asegurar su potabilización.
El alcalde confirmó que el proyecto ya fue entregado y se encuentra radicado ante Aguas del Huila, mientras avanza la gestión de recursos para su financiación. La propuesta contempla un esquema 50–50 con la Gobernación del Huila, lo que exige a Palermo aportar cerca de 3.000 millones de pesos. “Habrá que conseguirlos por donde sea. No podemos dejar pasar esta oportunidad de resolver un problema que la gente ha sufrido por más de 30 años”, enfatizó.
En paralelo, mientras se concreta la financiación del acueducto definitivo, la administración implementó medidas temporales para garantizar agua segura a la comunidad. Se instalaron cuatro estaciones de abastecimiento en el colegio, el hogar infantil y dos puntos públicos, donde tanques de 5.000 litros son llenados por los bomberos y la Unidad Nacional de Gestión del Riesgo. Estas estaciones suministran agua apta para consumo y preparación de alimentos, mientras el agua del pozo solo se usa para labores domésticas.
Oviedo insistió en que su meta es dejar el proyecto construido antes de finalizar su periodo: “Hay que hacerlo, y hay que hacerlo ya. Nos quedan dos años para cumplir con esa meta”, sostuvo.
Por ello, anunció que el próximo 19 de noviembre, a las 7:00 de la noche, se realizará en el polideportivo principal del centro poblado la presentación oficial del proyecto del nuevo acueducto. Durante la jornada se socializarán todos los detalles de esta iniciativa, que busca poner fin a una problemática que supera las tres décadas y en la que la comunidad ha depositado sus esperanzas más profundas.
Puede leer: Diario del Huila 15 y 16 de noviembre de 2025.









