Por: GERARDO ALDANA GARCÍA
Soy Pedro Gutiérrez arrocero de toda la vida. Hijo de un hombre hecho de agua y semillas blancas que, dos veces al año, pintaba de verde el Llano Grande de Campoelagre. Yo, como mi padre, y también mi abuelo, creo que hemos sido artistas capaces de sacar de la tierra negra ese color pardo que esconde para hacer de la llanura un gigantesco lienzo amarillo, un pajonal preñado de invisible tonalidad blanca.
Soy Pedro y ahora dicto mi sentir, mis alegrías y penas como arrocero. María, mi esposa, es mi amanuense, como lo es cómplice de amaneceres llenos de lluvia o atardeceres donde el sol y el cultivo son una sola línea. Mi mujer, de piel canela, coloreada por el fulgente astro mayor que hizo parir millones de espigas mientras ella tuvo cinco partos de niñas y niños, todos concebidos en el llano y para el llano; son todos, hijos del arroz.
Mi abuelo legó a mi padre y sus tres hermanos, treinta y dos hectáreas para el cultivo de arroz. Y el mío me heredó tres de las que le correspondieron. El resto fue herencia de mis dos hermanos. El arroz es un grano bendito, tanto que me ha permitido educar a mis hijos junto a María, una mujer que, como la semilla, lo ha afrontado todo; por ello se ve curtida por el arado y la cocina, por el acoso de los bancos y los intermediarios; pero siempre luce recia o dulce.
En el arroz un hombre aprende a cultivar dones que no siempre se heredan. Hay que ser paciente cuando el turno de agua de tu parcela ha sido truncado por otro arrocero, y no ceder al ímpetu que te empuja furioso a la pelea cuando sabes que tu cultivo muere de sed, que las espigas serán vanas. También es virtud la conciencia de cuidar el río y cada árbol en su nacimiento y cuenca. Hay recuerdos tan llenos de arroz como temporadas de más de 140 bultos por hectárea y precio por carga qué dejaron ganancias estimulantes.Hoy es uno de esos momentos que ya hemos tenido antes; somos cientos de arroceros que hemos dejado solas las parcelas, al cuidado de nuestras esposas, para venir a paralizar el tráfico de vehículos en varios municipios de Colombia.
Como productores hacemos nuestra parte de dar vida al grano para que llegue a la mesa de cada hogar; sin embargo, del otro lado, desde las políticas del gobierno y el manejo del mercado, hay un vendaval de ataques contra los pequeños arroceros, expresado en la inundación de arroz importado que lleva a que el precio pagado por carga de nuestra oferta sea tan bajo al punto de tenernos al borde de la quiebra.
Ahora, en la vía, mientras hacemos turnos en los operativos de la protesta, no solo sentimos la apatía y desprecio del gobierno nacional, si no que tenemos en contra la insatisfacción, que entendemos, de miles de ciudadanos y transportadores de cerca de 200 municipios, que padecen esperas de horas y horas hasta poder llegar a su destino.Cada uno vive su propio dolor y los arroceros y nuestras familias tenemos el propio. Cual felino tras su presa, los bancos amenazantes con embargos y los proveedores de elevados insumos que definitivamente no podremos pagar, ya no dan tregua, mientras el presidente y sus ministros siguen inconmovibles, indiferentes frente al dolor nacional.








