Como neivano, cada 24 de mayo es una fecha que me llena de orgullo y evocación. Recuerdo con nostalgia aquellas celebraciones en pantalones cortos, los desfiles colegiales con bandas musicales, el respeto por nuestros himnos y el fervor de una ciudad que se sentía viva.
El río Magdalena, en esos años, era motivo de orgullo: fuente de vida, inspiración y esperanza. Soñábamos con un malecón digno, con una ciudad ribereña que mirara de frente al río. La doble calzada en la carrera Séptima abría paso al desarrollo; mi padre, que tenía allí su consultorio radiológico, cedió parte de su propiedad con el espíritu de quien apuesta por el progreso. Eran tiempos en los que avanzar tenía sentido.
La Avenida La Toma era sinónimo de encuentro ciudadano: ancha, limpia, viva. Las ciclovías de los domingos eran rituales familiares. Neiva tenía un pulso firme y un horizonte prometedor.
Con la llegada del nuevo siglo y su primera década, vinieron avances importantes: la masificación del internet, el Centro de Convenciones, la renovación del Terminal de Transportes y una revolución vial que conectó el norte y el sur de la ciudad. Aquella fue la última gran etapa de transformación real. Desde entonces, Neiva parece haberse detenido: en obras, en visión y, tristemente, también como sociedad.
Hoy, en su cumpleaños número 413, quiero desearle a Neiva un nuevo comienzo.
Que recuperemos los valores que alguna vez nos unieron: la solidaridad, el respeto, el sentido de comunidad.
Que volvamos a barrer nuestras calles, a cuidar lo público como si fuera propio.
Que veamos en lo público una vocación de servicio y no un botín para la improvisación.
Que aprendamos a respetarnos, a escucharnos, a construir ciudad.
Y que tengamos, por fin, los alcaldes y líderes que soñamos —no los que nos merecemos según nuestro comportamiento—, donde la frase célebre no sea dejar obras inconclusas, ni jugar con los dineros públicos como si fueran propiedad del reyezuelo de turno, sino terminar sueños que nos conviertan en ciudad.
Neiva merece más. Y depende de todos que ese “más” no se quede en palabras.









