Diario del Huila

¿De verdad somos una generación de cristal?

Jun 26, 2025

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Por Ramiro Andrés Gutiérrez Plazas

Cada vez es más común escuchar que la generación actual es una “generación de cristal”. Personas con baja tolerancia al fracaso, con sed de resultados inmediatos y con un umbral de frustración muy bajo. El juicio es duro y en muchos casos generalizado. Sin embargo, pocas veces nos detenemos a pensar ¿Qué hay realmente detrás de este fenómeno?

Hace un tiempo me surgió una pregunta: ¿En qué momento nos convertimos en adultos? De niño, veía a mis padres y abuelos, como figuras firmes, serias y responsables. Vivían inmersos entre el trabajo, el hogar y la crianza. Ya tenían casa, carro, hijos y una lista interminable de preocupaciones. Las conversaciones eran densas, cargadas de una madurez que me parecía inalcanzable. Incluso, algunos de sus contemporáneos ya empezaban a lidiar con problemas de salud graves, e incluso con la muerte.

Me tomó años entender que la adultez no llega con una edad específica, ni con una casa, ni con un número de hijos. En mi caso, la sentí el día que comprendí que el único responsable de donde estaba y como estaba, era yo mismo. La suma de mis decisiones, aciertos y errores era el resultado de lo que estaba viviendo. Ese momento, más que un punto de llegada, fue un despertar.

Nuestros padres en su mayoría, asumieron responsabilidades desde muy jóvenes. Algunos no solo se hicieron cargo de sus propias vidas, sino también de su madre, hermanos menores… eran otros tiempos, con otras exigencias. Pero nosotros fuimos criados de manera distinta. En muchos casos, nuestros padres con el deseo de que no repitiéramos sus dificultades, intentaron solucionarnos la vida. Nos evitaron frustraciones, nos dieron todo servido y en ese intento de protegernos, sin querer, nos quitaron la oportunidad de aprender a caer y levantarnos.

En países desarrollados los jóvenes empiezan a trabajar desde los 16 años y para los 22, ya viven por su cuenta. En Colombia, según la consultora CBRE Group, los jóvenes se independizan en promedio a los 28 años. ¿Por qué tanta diferencia? Es probable que las condiciones sociales y económicas tengan mucho que ver. La incertidumbre, la falta de oportunidades, la informalidad laboral y los salarios precarios hacen más difícil para los jóvenes dar ese salto hacia la independencia.

El resultado es una generación más vulnerable emocionalmente, menos preparada para enfrentar los golpes cotidianos de la vida. Y esto no es una crítica para desacreditar, sino una invitación a mirar con empatía las causas. Nuestros padres quisieron lo mejor para nosotros, pero a veces sin saberlo, nos sobreprotegieron. Hoy las consecuencias se manifiestan en una menor tolerancia al fracaso, en una ansiedad constante por alcanzar metas rápidas, en una frustración que, a veces, nos paraliza.

No pretendo generalizar, cada historia es distinta. Pero invito a reflexionar sobre cómo estamos educando a las nuevas generaciones. Dejemos que nuestros hijos se enfrenten a sus propios desafíos, que aprendan a resolver, a fallar y a persistir. Enseñémosles que el esfuerzo, la honradez, la humildad y la disciplina no pasan de moda. Exigir está bien. Frustrarse también es parte del camino.

Quizá así algún día, dejemos de hablar de generaciones de cristal… y empecemos a hablar de generaciones de carácter.

¿Estamos formando hijos capaces de enfrentar el mundo real?

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