En las últimas semanas, el tema del glifosato ha cobrado relevancia en el contexto de la estrategia del Gobierno Nacional para erradicar cultivos de coca. La decisión de adquirir glifosato como parte de esta estrategia no solo despierta preocupaciones sobre su uso en la lucha contra el narcotráfico, sino que también plantea un debate mucho más amplio sobre sus implicaciones en nuestros cultivos agrícolas y, por ende, en la salud pública y el medio ambiente.
Uno de los nombres que ha resonado con fuerza en este debate es el de Dewayne Johnson, un granjero estadounidense que fue diagnosticado con linfoma no Hodgkin tras años de exposición a herbicidas de la marca “Roundup”, que contienen glifosato. Su caso ha marcado un hito en las discusiones sobre la seguridad del glifosato y ha generado escepticismo en torno a su uso en la agricultura convencional. A medida que se revelan más estudios sobre sus efectos nocivos, la preocupación sobre la salud de quienes aplican estos químicos, así como de quienes consumen productos tratados con ellos, gana terreno.
La Corte Constitucional de Colombia ha emitido sentencias que subrayan la necesidad de considerar cuidadosamente el impacto del glifosato en la salud humana y el medio ambiente. A pesar de esto, en la agricultura convencional, el uso de este herbicida sigue siendo una práctica común y muchas veces necesaria para erradicar de manera efectiva las plantas no deseadas. Sin embargo, este enfoque tiene consecuencias considerables. El uso de glifosato ha propiciado la aparición de plantas resistentes, lo que crea un ciclo vicioso en el que los agricultores deben recurrir a más herbicidas o a combinaciones de productos químicos cada vez más potentes. Esto no solo afecta la biodiversidad de nuestros ecosistemas, sino que también pone en riesgo la salud de los suelos y de la cadena alimentaria.
El avance hacia organismos transgénicos tolerantes al glifosato también plantea preguntas éticas y prácticas sobre el futuro de nuestra agricultura. Estos organismos fueron creados para facilitar el control de malezas sin afectar los cultivos, pero la dependencia de estos sistemas puede llevarnos a un punto de no retorno.
Afortunadamente, existe una alternativa que comienza a abrirse paso en el campo agrícola: los herbicidas orgánicos. Estos productos, elaborados a partir de ingredientes naturales, no solo ayudan a controlar la maleza, sino que pueden aportar nutrientes al suelo, fomentando su salud y promoviendo la biodiversidad. Los agricultores están comenzando a experimentar con soluciones avinagradas y otros compuestos naturales que son menos perjudiciales tanto para el ser humano como para el medio ambiente. Esta tendencia no solo representa una opción viable para la producción agrícola, sino que también nos invita a repensar nuestras prácticas y a adoptar métodos más ecológicos.
Es crucial que tanto agricultores como los gobiernos reconozcan y fomenten el uso de alternativas sostenibles. Esto implica inversiones en investigación y desarrollo de productos orgánicos, así como capacitar a los agricultores sobre la importancia de la salud del suelo y la biodiversidad. No se trata simplemente de erradicar un problema, como son las plantas no deseadas; se trata de construir un sistema agrícola que respete y fomente la vida en todas sus formas.








