Diario del Huila

Cuando tenerlo todo no alcanza para ser feliz

Oct 16, 2025

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Por: Ramiro Andrés Gutiérrez Plazas

Caminar por el centro de Neiva es enfrentarse a una realidad que, aunque está frente a nuestros ojos, preferimos ignorar. Entre el ruido de los carros y el calor de la ciudad, deambulan hombres y mujeres que parecen parte del paisaje urbano. Seres humanos que, por distintas circunstancias, han quedado atrapados en el rebusque diario, vendiendo dulces, limpiando vidrios o pidiendo unas monedas para sobrevivir. Muchos apenas logran conseguir un plato de comida o pagar una pieza donde pasar la noche.

A menudo atribuimos esta situación a la desigualdad estructural del país o a quienes nos han gobernado en los últimos doscientos años. Otros, con un juicio más duro, aseguran que “el pobre es pobre porque quiere”. Y así seguimos, indiferentes, cruzando la calle o bajando la mirada, como si la miseria fuera parte natural del entorno.

Mientras tanto, nos quejamos de la vida por no tener el carro del vecino, porque no podemos viajar como lo hacen algunos de nuestros contactos en redes sociales o porque no podemos comprar el último IPhone. Nos creemos víctimas de la mala suerte sin darnos cuenta de que poseemos lo esencial, salud, afecto, techo y oportunidades. Solo valoramos lo que tenemos cuando lo perdemos. No compartimos tiempo con nuestros padres, pero lloramos su ausencia cuando ya no están. No agradecemos la salud hasta el día en que una cama de hospital nos obliga a reconocer su valor.

Hace unos días escuché a Rigoberto Urán contar una historia que refleja esta paradoja humana. Decía que creció en medio de muchas carencias y que pensaba que todos sus problemas desaparecerían cuando alcanzara la fama y la riqueza. “Mi mamá sufría de depresión —recordaba—, y yo creía que al regalarle una casa y cubrir todas sus necesidades económicas, sanaría. Hoy tiene todo eso, y sigue deprimida”.
Esa confesión, tan honesta como dolorosa, nos enseña que el dinero puede aliviar necesidades, pero no llena vacíos del alma.

El filósofo Séneca decía: “No es pobre el que tiene poco, sino el que mucho desea”. Y cuánta verdad hay en ello. Vivimos en una sociedad que confunde éxito con acumulación y felicidad con consumo. No se trata de renunciar a la superación ni de romantizar la pobreza, sino de perseguir el sentido de nuestras vidas con propósito y pasión. Cuando lo que hacemos tiene significado, el dinero y el reconocimiento llegan como consecuencia, no como fin.

Somos una humanidad desagradecida, siempre mirando hacia arriba para comparar lo que nos falta, en lugar de mirar alrededor para valorar lo que tenemos. Caminamos entre la abundancia y la carencia, pero elegimos vivir vacíos. Tal vez el problema no sea la pobreza económica, sino la pobreza espiritual, esa que no se resuelve con billetes sino con empatía. Porque al final, si la indiferencia sigue siendo nuestra forma de vida, pronto entenderemos que no eran ellos los pobres… éramos nosotros.

¿Cuánto más necesitaremos perder para entender lo que realmente vale la pena?

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