Diario del Huila

Cuando la palabra vale menos que un grano de arroz

Jul 18, 2025

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Ruber Bustos Ramírez

Uno, que es campesino antes que cualquier otra cosa, sabe muy bien lo que es trabajar con el alma. Yo soy caficultor, sí, pero también campesino, y por eso entiendo lo que sienten hoy los arroceros. No están ahí por capricho. Están ahí porque ya no les da para más.

Este 2025 marcó el segundo paro nacional del sector arrocero. El primero, en marzo, concluyó con un acuerdo firmado con el Gobierno, pero fue letra muerta. Sólo semanas después, el 14 de julio, iniciaron un paro indefinido en al menos siete departamentos, incluido el Huila.

En Huila los bloqueos se han concentrado en vías clave: Neiva–Saldaña, el puente Río Saldaña, la conexión Neiva–Bogotá, con cierres de seis horas seguidas por una hora de paso.

El asunto es claro y doloroso: hoy les pagan entre $170.000 y $185.000 por carga de 125 kg de arroz paddy verde, mientras que producirla cuesta entre $205.000 y $220.000. Muchos terminan perdiendo hasta $2,8 millones por hectárea. Es un círculo brutal: sembrar, endeudarse, cosechar… y seguir debiendo.

La respuesta fue un anuncio de un “régimen de libertad regulada de precios”, con garantía de precios mínimos regionales y controles de transparencia en comercialización. En teoría, sería un avance para estabilizar precios tras la caída del 11,8 % en 2024 y la acumulación de un excedente de arroz nacional de más de 534.000 toneladas (67 % por encima del promedio).

Pero los arroceros lo han dicho claro: no volverán a dialogar si no están presentes directamente los ministerios involucrados (Agricultura, Comercio, Ambiente, Superintendencia y la industria molinera). No aceptan fotos ni comunicados. Quieren presencia real y respetuosa en las mesas.

Ese es el meollo. El campesino ama su tierra, ama lo que produce, ama alimentar al país. Pero muchas veces las palabras de los gobiernos no valen un peso… o mejor dicho, ni un kilo de arroz. Eso hiere la confianza, socava el tejido rural y deja al productor más vulnerable.

Desde mi cafetal entiendo esa inseguridad. Por suerte, a mí me ampara una garantía de compra, y cobra más valor si se compara con quienes están hoy exigiendo algo tan básico como no perder lo que siembran. Eso nos hace valorar lo bueno que tenemos y exigir que lo demás se cumpla con seriedad.

Las protestas no son lujosas, pero el hambre tampoco lo es. El bloqueo duele en la carretera, pero el hambre duele en el corazón. Aunque uno no sea arrocero, su lucha es también nuestra lucha, porque el campo es una cadena: si falla un productor, todos sentimos el golpe. El comercio, el transporte, el tendero, nosotros los cafeteros… todos.

Esta columna es un abrazo para quienes siembran el pan de cada uno de nosotros. Y es también una exigencia, suave pero firme, para quien gobierna: que recuerden que una promesa oficial no es mero discurso. Es una responsabilidad con el campo y con el país.

Cuando el arroz vale menos que la palabra, estamos todos quebrados.

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