Diario del Huila

Cuando el tiempo ya no alcanza

Nov 19, 2025

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Carlos Yepes A.

Se acerca diciembre, el mes de las luces, las novenas y los encuentros en familia. Sin embargo, cada año siento con más fuerza que diciembre no debería ser la excusa para acordarnos de los nuestros. La familia no puede ser un “proyecto de temporada”, algo a lo que le damos un par de días cuando el trabajo afloja o cuando el calendario nos obliga a parar. La familia es, o debería ser, el centro de nuestra vida todos los días del año.

Hace cuatro años murió mi padre, y desde entonces cargo una certeza que me duele: tuve muchas más oportunidades de las que aproveché para compartir con él. Hubo tardes que pude haber pasado a visitarlo y preferí reunirme con amigos. Hubo llamadas que pude hacer y dejé para “más tarde”. Hubo conversaciones que nunca tuvimos porque yo sentía que siempre habría un mañana disponible. Hoy, con el corazón más sereno, pero con la conciencia despierta, reconozco que fueron decisiones inmaduras y equivocadas. El tiempo que invertí en conocidos pasajeros hubiera sido infinitamente más valioso invertido en “vivir y compartir” con mi padre.

Ayer tuve una escena que me conmovió profundamente. Me encontré con el papá de dos amigos, hermanos ellos, profesionales exitosos, con cargos altos que les consumen casi todo el día. Como cualquier conocido, le pregunté con afecto por sus hijos. Su respuesta fue un espejo incómodo: bajó la mirada y, con una tristeza que se le notaba en la voz, me dijo: “No los veo… no me llaman… no me visitan… Si los veo es de afán. Les he rogado que me dediquen un poco de tiempo, pero sus trabajos al parecer son más importantes que su papá”.

Sus palabras se me quedaron clavadas. Sentí su soledad de padre, recordé a mi propio viejo y, al mismo tiempo, me vi yo como papá. Me pregunté cuántas veces mis hijos, en unos años, podrían sentir que yo también estuve ausente por culpa de mis ocupaciones. O cuántos padres y madres, en Neiva, en el Huila y en todo el país, están viviendo ese mismo silencio: hijos exitosos en lo profesional, pero distantes en lo afectivo.

La cultura del “no tengo tiempo” nos está robando lo más importante. Trabajamos más horas, llenamos agendas, contestamos mensajes a toda hora, y en medio de esa carrera dejamos para “cuando se pueda” la visita a los padres, el juego con los hijos, el café con los abuelos, la llamada al hermano que vive solo. Y la vida, silenciosa pero firme, va pasando la cuenta de cobro: los años se van, los padres envejecen, los hijos crecen, los abuelos se van… y nosotros seguimos creyendo que algún día tendremos tiempo de sobra.

Quisiera decir, desde mi propia experiencia, que no hay logro profesional que compense un abrazo que no dimos, una conversación que aplazamos o una tarde que no compartimos. Cuando llega la muerte –y lo digo como hijo que ha despedido a su padre– el dolor más grande no es solo la ausencia, sino la lista de “hubiera”: hubiera ido más, hubiera llamado más, hubiera escuchado más. Esa lista pesa mucho, y no se borra con ningún título ni con ninguna cuenta bancaria.

Esta columna no busca juzgar a nadie. Todos, de una u otra forma, hemos caído en la trampa de la prisa. Lo que quiero es invitar a mis lectores, amigos, colegas, a hacer una pausa honesta ahora, antes de que la vida nos detenga a las malas. Pregúntese:
¿Cuándo fue la última vez que se sentó a hablar con calma con su papá o su mamá, sin celular en la mano?
¿Cuándo fue la última vez que jugó, de verdad, con sus hijos, sin mirar el reloj?
¿Cuándo fue la última vez que visitó a ese abuelo o abuela que siempre dice “venga cuando pueda, yo aquí lo espero”?

Diciembre está a la vuelta de la esquina. Llegarán las novenas, las fotos familiares, los regalos. Pero ojalá este año el “regalo” no sea solo algo que se envuelve en papel, sino tiempo de calidad: escuchar, abrazar, perdonar, agradecer. Tiempo para mirar a los ojos y decir “aquí estoy”, no solo mandar un mensaje rápido o una transferencia bancaria para calmar culpas.

Mi invitación es sencilla y urgente: no esperen a que llegue la silla vacía para darse cuenta de que el trabajo podía esperar, pero la vida de sus seres queridos no. No dejen que sus cargos, sus viajes, sus metas profesionales los alejen de quienes los vieron crecer, de quienes los aman sin condiciones. El día de mañana, cuando nos toque despedir a alguien que amamos, es mejor llorar con la paz de haber estado, que con la angustia de haber llegado tarde.

Hoy, como hijo que aprendió a golpes, y como padre que también teme equivocarse, quiero decirles con el corazón en la mano: llamen hoy, visiten este fin de semana, abracen sin afán, escuchen a quienes los necesitan. No den por hecho que estarán allí siempre. El tiempo es el regalo más caro que podemos dar, pero también el más agradecido.

Que este diciembre no sea solo una época de luces y consumo, sino el comienzo de un compromiso serio con nuestras familias. Al final, cuando se apagan las velas y se cierran las oficinas, lo único que realmente nos sostiene es el amor que dimos y recibimos. De eso se trata, en el fondo, nuestro permanente Acuerdo para Vivir Mejor.

cyepes@hotmail.com

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