Por: Ramiro Andrés Gutiérrez Plazas
Es preocupante el nivel de egoísmo al que podemos llegar por apoyar a un político que, de manera evidente, no ha actuado con ética ni transparencia. Muchos lo hacemos únicamente porque esperamos un beneficio personal, sin detenernos a reflexionar sobre el bienestar común.
Jean-Jacques Rousseau definía la democracia como “el régimen en el cual la soberanía reside en el pueblo y la voluntad general busca el bien común, expresándose directamente por los ciudadanos”. Esa premisa debería guiar nuestras elecciones, pero en Colombia parece cada vez más lejana. El voto, en lugar de ser una herramienta de transformación social, se ha reducido a un mecanismo para asegurar favores particulares o devolver favores adquiridos en campañas.
No es un secreto que, desde hace décadas, la mayoría de quienes llegan a cargos de elección popular lo hacen motivados más por intereses individuales que por vocación de servicio. La política se ha convertido en un negocio en el que quienes financian campañas exigen luego contratos, nombramientos o privilegios. Antes de la Constitución de 1991, aunque con limitaciones democráticas, los alcaldes, gobernadores y otros dignatarios eran designados por decreto. En su mayoría, esas designaciones recaían en personas con méritos comprobados y hojas de vida destacadas. Paradójicamente, en menos tiempo lograban mayor gestión que muchos gobernantes actuales, atados a campañas costosas que abren la puerta al clientelismo y a la corrupción. No se trata de idealizar el pasado, pues tampoco estuvo exento de irregularidades, pero el presente resulta aún más preocupante.
Hoy se ha normalizado votar bajo lógicas tan mediocres como “es el menos malo” o “roba menos”. Esa resignación refleja una degradación cultural y ética, aceptamos que un gobernante robe, incumpla promesas o se vea envuelto en escándalos, siempre y cuando nos brinde un beneficio inmediato. Hemos permitido que el voto deje de ser un ejercicio de responsabilidad ciudadana para convertirse en una transacción individualista.
Esto debe parar. Tenemos que honrar la responsabilidad de elegir y hacerlo bien. Debemos velar porque los recursos que aportamos no terminen en los bolsillos de unos pocos, convertidos en casas ostentosas, carros de lujo, operaciones estéticas, fincas y demás excentricidades propias de gobernantes que solo miran al pueblo para prometer y jamás cumplir.
No podemos seguir legitimando, con nuestra pasividad o complicidad, un sistema que privilegia la corrupción y la mediocridad. El voto es una de las pocas herramientas de poder real que tenemos los ciudadanos, y debemos ejercerlo con plena conciencia. Elegir con responsabilidad significa estudiar la trayectoria, la capacidad y la visión de quienes aspiran a representarnos, y no dejarnos llevar por favores, promesas vacías o conveniencias momentáneas.
La pregunta es, ¿usted considera que está siendo responsable a la hora de elegir?








