Por: Gerardo Aldana García
En mi libro Beso de Nube, publicado en 2017 por Altazor Editores, como calcando la absurda obscuridad en la que, la torpeza de los hombres poseídos por la avaricia que los hace esclavos mientras cercena impunemente la vida de niños, mujeres y hombres, se lee: Como un espanto que se apodera de nuestro miedo, llega la noche cual hielo que nos cala los huesos. Sentimos el asalto del viento sobre el bosque, escuchamos el crujir de los alerones resistiéndose del vuelo. El suelo se sacude cual paso de cientos de reses, oímos el chocar de rocas gigantes descendiendo por la ribera. Parece que la montaña quiere tragarse el fértil valle. Ahora, tierra, árboles, caballos y hombres, somos un solo cadáver. Ciertamente, la exuberante región de El Catatumbo en Norte de Santander, en donde la naturaleza de verde vivificante y aguas claras, puras sigue registrando como la sangre derramada de tantas personas inocentes permea a diario su suelo. Y esto que, en sí misma es una maldición inspirada en la codicia del territorio convertido en corredor de narcotráfico y campo móvil de concentración para el abuso y muerte, cobra cada día un poder magnificado en el poderío militar, intimidante y extorsivo de los dos grupos al margen de la ley que dominan el territorio: el ELN y Disidencias de las Farc, mientras el poder de lo público observa reposado, como si desde su silencio celebrara el oprobio y la desventura.
Y es que, al escuchar voces de algunos comandantes de los grupos en contienda, mediante las cuales justifican su proceder sanguinario, asombra la incoherencia cuando dicen que, el problema es la deficiencia de escuelas y obras públicas en la zona; y, sin embargo, no tienen el menor reparo en desplazar miles de niños junto con sus profesores, obligándolos a suspender la gestación de sus sueños y sus funciones orientadas a construir un país que se merecen. Es un vulgar subterfugio que, lejos de convencer, evidencia el descaro de su falaz predicado al tiempo que el aborrecimiento de todo principio básico de respeto por la vida humana. Y si este es el proceder de los grupos al margen de la ley, cuya justificación de tantos oprobios resulta cantinflesca, no lo es menos el desdeño, la pasividad y torpeza del gobierno, con toda prevalencia del actual, cuyas decisiones y concesiones desde su inicio en 2022, llevaron al fortalecimiento de la criminalidad colombiana y expansión de grupos de milicianos a lo largo y ancho de la geografía nacional, con los efectos nocivos en la vida nacional del pueblo colombiano. De hecho, una vez decretada la Conmoción Interior en algunas regiones, incluida la de El Catatumbo, surge la inexorable preocupación de cuál es la garantía de que efectivamente el gobierno del presidente Petro sea capaz de aprovechar asertivamente este instrumento para superar el trance tan negro que enluta hogares y graba cada noche y cada día la memoria del país con caracteres de pena, de tristeza.
En realidad, el poder de actuar frente a los territorios, la tiene el gobierno en virtud del otorgamiento que da la Constitución, las leyes y sus instrumentos de planificación del desarrollo; pero eso no ha sucedido en la Paz Total. Y claro, es justo y necesario tener en cuenta que los luctuosos hechos también han estado presentes en pretéritos gobiernos. No obstante, la crisis que sufren las comunidades de El Catatumbo, resuena con mayor vigor al observar la pasividad contemplativa del máximo ejecutivo, impávido ante un pueblo que sufre y clama.
Pero, tanto los grupos al margen de la ley, el gobierno que se excedió en ingenuidad al querer escucharlos, y las comunidades inocentes afectadas; todos sufren las maldiciones de esta guerra absurda. En realidad, todos son presos de la misma enfermedad; es solo que, en medio de todos, viven quienes pueden, no solo prevenir las dolencias, si no también eliminar el mal; pero es evidente que no hay la voluntad para ello. Tan desolador ambiente, me hace recordar el fragmento traído de la novela El Niño de Las Cruces, cuando describe un escenario más del conflicto: Los hombres y mujeres asaltados por la lluvia de la selva cubríamos nuestros miedos bajo las frondas centenarias. Unos al amparo del fusil, otros junto al árbol al que yacía atado su cuello, cual perro humillado. El cadáver de un camarada que concitaba la atención de todos, ahora tan frío como los nervios del gatillero frente a su víctima, tampoco escapaba la guardia que custodiaba su mortaja. La jungla sabe que ahora todos somos sus secuestrados. Solo la adormecida tropa y sus comandantes excitados sueñan un mañana con el poder en sus manos, y nosotros, desposeídos de la libertad, lloramos silenciosos la próxima muerte, tal vez la mía.
Así que, cabe perfectamente la pregunta: ¿Catatumbo para quién? ¿Para Colombia o para Maduro, para el ELN o las disidencias de las Farc? ¿O para el interés político de Petro? Y, ¿Cuándo volverá a ser para los niños campesinos, sus padres y abuelos? La respuesta parece simple: No es para nadie, solo es para la muerte.








