Por Alfredo Vargas Ortiz
Abogado y docente de la Universidad Surcolombiana
Doctor en Derecho, Universidad Nacional de Colombia
Lo que hoy presenciamos, en tiempo real, en la Franja de Gaza es un genocidio sin precedentes. Durante la Segunda Guerra Mundial no existía la Organización de las Naciones Unidas ONU, ni los organismos internacionales de protección de los derechos humanos. Tampoco había medios de comunicación que permitieran al mundo conocer, de inmediato, el horror que el régimen nazi cometía contra el pueblo judío. Hoy, por el contrario, contamos con toda esa infraestructura, pero el crimen ocurre igual, a plena vista del mundo entero.
En Gaza, niños, mujeres, ancianos y civiles claman por ayuda. Suplican que no seamos indiferentes ante una brutalidad que viola flagrantemente los derechos humanos y el derecho internacional humanitario. Estos cuerpos normativos prohíben expresamente los ataques indiscriminados, la obstrucción del suministro de ayuda humanitaria —agua, alimentos, medicamentos, refugios— y el uso desproporcionado de la fuerza contra la población y bienes civiles, incluyendo hospitales, escuelas, templos religiosos, universidades e incluso refugios de desplazados.
El horror que el Estado de Israel está perpetrando tiene consecuencias devastadoras y medibles. Según cifras oficiales del Ministerio de Salud de Gaza, hasta el 7 de mayo de 2025, cerca de 55.000 personas habían muerto como resultado del conflicto: 53.253 palestinos y 1.706 israelíes. Entre las víctimas se cuentan también 166 periodistas, 120 académicos y más de 224 trabajadores humanitarios, incluyendo 179 empleados de la UNRWA. Investigaciones independientes estiman que cerca del 80 % de los palestinos muertos eran civiles. Un estudio de la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (OACDH), que verificó las muertes a través de tres fuentes independientes, halló que el 70 % de los palestinos fallecidos en viviendas eran mujeres y niños.
Además, más de 100.000 personas han resultado heridas y requieren atención médica urgente, en medio del colapso del sistema de salud local.
En un mundo que presume de la fortaleza de sus instituciones de derechos humanos y del derecho internacional humanitario —el mismo que presta ayuda militar y económica a países como Ucrania— resulta incomprensible que Israel parezca tener licencia para matar, bajo la mirada pasiva de la Unión Europea y Estados Unidos. La conciencia de la humanidad, expresada en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, consagra el derecho a la vida, la dignidad y la integridad de toda persona, sin distinción alguna. Hoy, esos principios están siendo pisoteados de forma cínica y sistemática. Obviamente es también urgente la entrega de todos los secuestrados por Hamas, y esperamos también su liberación inmediata.
El silencio, en este contexto, no es neutralidad: es complicidad. Por eso es necesario reconocer y aplaudir los esfuerzos de los pocos países que han actuado, como la República Popular China, que ha entregado ayuda humanitaria por vía aérea ante el bloqueo terrestre israelí que impide el ingreso de miles de toneladas de asistencia. Y por supuesto de nuestro país que ha elevado sus voces de protesta ante esta infamia.
No es momento de mirar hacia otro lado. Es momento de alzar la voz y exigir con fuerza: ¡Que pare el genocidio en Gaza!
