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ARMERO: Una tragedia que pudo evitarse

Nov 17, 2025

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La tragedia de Armero no solo dejó más de 25 mil muertos: dejó también la certeza dolorosa de que el país ignoró señales que pudieron haber cambiado la historia. A cuatro décadas del desastre, el testimonio de un sobreviviente revela cómo las advertencias fueron desoídas y cómo el miedo, la desinformación y la falta de decisiones oportunas sellaron el destino de un pueblo entero.

DIARIOD EL HUILA, ESPECIALES

Por: Alfonso Vélez Jaramillo

La tragedia de Armero, ocurrida el 13 de noviembre de 1985, en la que se calcula perdieron la vida unas 25 mil personas, sí pudo haberse evitado. Lo afirmo porque fui testigo presencial de un desafío verbal entre el entonces gobernador del Tolima, Eduardo Alzate García, y el periodista Mauricio Manjarrez Caicedo, cinco o seis días antes de la avalancha que literalmente sepultó esta población hace 40 años.

Manjarrez Caicedo publicaba diariamente preocupantes informaciones sobre el peligro que se cernía sobre el Nevado del Ruiz, a las que el único colombiano que no les daba credibilidad era el gobernador Alzate. El periodista trabajaba para el Noticiero 24 Horas, uno de los más sintonizados de aquella época, y ya en mayo de 1985 —seis meses antes de la tragedia— había sobrevolado varias veces la zona de influencia del volcán.

El cráter está ubicado en la Cordillera Central de Colombia, a 5.321 metros sobre el nivel del mar. Incluso entrevistó a dos científicos suecos, uno de ellos de nombre Yedis Brady, quienes por cuenta propia escalaron el volcán y dos días después dieron al mundo la noticia: el casquete glaciar estaba fracturado y existía un inminente peligro de desprendimiento. Nadie hizo nada.

Las señales que fueron ignoradas

Afirmó Mauricio: “Luego registré sobre el cañón la presencia de una gigantesca represa conocida como el Sirpe, que, a pesar de su amenaza por rompimiento, se mantuvo en medio de la avalancha; entrevisté varios radioaficionados con equipos en varios sitios de los municipios del Líbano, Murillo, Fresno, Herveo; se advertían extraños ruidos que venían del volcán”.

La discusión entre el mandatario tolimense y el periodista tuvo lugar frente al ascensor del piso 13 del edificio de la Caja Agraria de Ibagué, sede de la emisora básica de RCN, donde Manjarrez era también lector oficial de noticias. Yo estuve atento y lo recuerdo con memoria gráfica.

El gobernador fustigó lo que consideraba falta de mesura del periodista frente a un tema supremamente delicado que, según él, generaba pánico entre la población. Cuando Alzate, visiblemente contrariado, entró en el ascensor y la puerta se cerró, nadie imaginó que aquello sería uno de los antecedentes de la mayor tragedia natural de la historia de Colombia.

Una avalancha anunciada

Con el cubrimiento de la desgracia de Armero, el equipo de 24 Horas obtuvo el Premio Nacional Simón Bolívar, grupo del que fue pieza fundamental Manjarrez. Solo un tres o cuatro por ciento de la población de Armero logró sobrevivir. Sin embargo, muchos hombres, mujeres y niños quedaron sin familia y sumidos en la completa orfandad.

Sin techo —ya eso era lo de menos— muchos quedaron sin conciencia mental y emocional debido al impacto, vagando desconectados, sin saber quiénes eran o cuál era la magnitud de la tragedia.

Durante más de un mes estuve cubriendo información desde Lérida, Ambalema, Guayabal y Venadillo, el único municipio de la zona que tenía conexión de Telecóm; aún no existía la comunicación celular en Colombia.

Escenas de horror sin fin

A pie o por vía aérea, se divisaba en un radio de varios kilómetros una escena dantesca: centenares de personas vivas pero desvalidas, aferradas a cualquier objeto. Quienes aún tenían fuerzas levantaban sus manos entre el lodo, clamando ser rescatados en canastillas desde los helicópteros, rodeados de centenares de muertos flotando sobre el fango.

No es aventurado afirmar que, por falta de acción oportuna, muchas personas no salvaron sus vidas, o al menos, la cifra de muertos no hubiera sido tan alta. Tampoco sus consecuencias ambientales y sociales habrían sido tan devastadoras como para ser catalogada la tragedia como la peor en la historia reciente de América Latina.

El país miraba hacia otro lado

Los clamores de la población, transmitidos por los medios de comunicación, eran continuos. Pero el país enfrentaba simultáneamente una grave crisis política y social por la toma del Palacio de Justicia el 6 de noviembre de 1985, apenas siete días antes. La tragedia de Armero terminó apagando temporalmente esos ánimos.

Toda la atención se centró en esta noticia, que no solo dividió la historia del país, sino que despertó a la comunidad científica y a la vulcanología mundial. También visibilizó la desconexión de la ciencia con la gestión del riesgo en Colombia, que en ese entonces no existía como sistema articulado.

Una ciudad incrédula ante el peligro

Debe mencionarse que muchas personas en Armero —si no toda la población— eran incrédulas ante la posibilidad de un desastre de tal magnitud, especialmente porque desde el municipio ni siquiera se podía ver el Nevado del Ruiz. Algunos tomaban el tema a broma.

Armero, llamada “la ciudad blanca” por sus cultivos de algodón, tenía según expertos más de 50 mil habitantes. Era un centro agrícola y comercial mayorista, considerado la segunda o tercera ciudad del Tolima. Su ubicación estratégica le permitía suplir las necesidades de agricultores y comerciantes del norte del departamento, del oriente de Caldas y de municipios del Magdalena Medio, además de zonas de Cundinamarca, Boyacá, Santander e incluso Antioquia.

Según John Makario Londoño, director de Geoamenazas del Servicio Geológico Colombiano:
“…es muy difícil decirle a la gente que un volcán lo va a matar cuando ni siquiera ve ese volcán”.

Memoria que vuelve 40 años después

No se sabe si en los textos escolares locales se enseñaba que el volcán había tenido dos erupciones previas, en 1595 y 1845. La ceniza que caía desde hacía días había llegado incluso a otros departamentos, alimentando narrativas locales sin prever la tragedia que estaba por ocurrir.

El enfrentamiento entre el gobernador y Manjarrez —que en su momento fue un simple rifirrafe pasajero— cobra ahora especial importancia como testimonio para fundamentar una afirmación seria y responsable. Ni el mismo Manjarrez se había atrevido a contarlo por iniciativa propia, hasta que logré recordarle ese episodio esta semana.

Su reserva es comprensible: el gobernador y su familia eran vecinos suyos, y no quería atormentarlos, pues a raíz de esta situación la vida de esa familia cambió para siempre.
“Para el Dr. Alzate fue muy difícil —dijo Manjarrez—. En medio de la tragedia vivió su propia tragedia. Todo el mundo lo quiso juzgar por acciones que debió tomar el gobierno nacional. Recibió amenazas, creo que hasta lo secuestraron, acabaron con su familia y varios años después murió con esa carga injusta”.

Un volcán que nunca estuvo dormido

Este episodio cobra relevancia hoy, cuando se conmemoran cuatro décadas de la tragedia ocasionada por el volcán paradójicamente llamado “el León Dormido”. Para ese entonces, la ciencia ya alertaba que podía despertar en cualquier momento.

Muchos no dimensionaban que una erupción volcánica podía causar estragos con su poder y energía. La gente no siente el peligro hasta que lo tiene encima. No se escuchó el clamor de las autoridades locales ni de los organismos de emergencia. El Nevado del Ruiz demostró que sigue siendo altamente peligroso.

La noche en que Armero desapareció

Era una emergencia difícil de evitar en los días previos: el tiempo era escaso, las dificultades geográficas enormes y la zona escarpada amenazaba no solo a Armero sino a otras poblaciones del norte del Tolima.

El director de Radio Sucesos del Tolima, César Valencia Parra; el redactor del noticiero Gustavo González, y el gerente Alonso Botero —todos ya fallecidos— escucharon atentos en cabina a Jhon Jairo Buenaventura, locutor de Radio Armero, de estilo muy particular. Su último reporte fue a las 9:30 p.m., informando sobre los ruidos que descendían por el cañón del río Azufrado.

El locutor Buenaventura y todos los empleados de Radio Armero murieron esa noche, excepto el transmisorista.

Mauricio Manjarrez y su camarógrafo Nilson Ortiz se salvaron porque horas antes habían viajado a Ibagué a transmitir información. Yo tampoco estaría contando esta historia: me salvé por un milagro de cinco o seis días. Estuve a punto de quedar para siempre en Armero por una diferencia de 10 mil pesos en el salario que me ofrecían como director del noticiero de RCN. La apertura del medio se postergó ocho días y no alcancé a tomar posesión.

Responsabilidades, omisiones y dolor

Muchas personas pudieron salvarse. Fue muy poco —o nada— lo que hizo el gobierno nacional y sus organismos de socorro. Muchos le achacan la tragedia al presidente Belisario Betancur y a su ministro de Minas y Desarrollo, Iván Duque Escobar, padre del expresidente Iván Duque Márquez.

La verdad sea dicha: Betancur enfrentaba la crisis por la toma del Palacio de Justicia. No se le dio la importancia requerida al norte del Tolima y la atención se centró en Caldas, más desarrollado por la industria del café.

Muy cerca del 13 de noviembre, el alcalde de Armero, Ramón Antonio Rodríguez Robayo, hizo un angustioso llamado a Manjarrez para que divulgara la muerte masiva de peces que flotaban en el río Lagunillas por el azufre y la lava. Su cuerpo fue encontrado flotando en el lodo tres meses después, a tres o cuatro kilómetros de la alcaldía. Murió como un héroe intentando salvar a su pueblo.

El periodista José María Yépez De la Torre, ‘Zemaria’, actualmente en el Huila, también salvó su vida por horas. Había transmitido una carrera de atletismo nocturno en Armero y salió después de una reunión social con el grupo de RCN. Todos murieron, excepto el transmisorista, rescatado sobre un colchón que lo llevó de un extremo al otro del pueblo.

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