Diario del Huila

Aranceles, el cielo o el infierno para el café colombiano

Oct 23, 2025

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Por: Santiago Ospina López

Ha sido una semana de locos. No hay otra forma de describir lo que hemos vivido quienes trabajamos en la cadena del café en estos últimos días. El anuncio de posibles aranceles adicionales al 10% ya existente por parte de Estados Unidos nos puso de los nervios a todos, a productores, cooperativas, exportadores y tostadores. Y dimensionemos la situación: cerca de 560 mil familias colombianas dependen directamente del café, siendo la inmensa mayoría pequeños productores y micronegocios.

Estados Unidos es, de lejos, el principal cliente del café colombiano en el exterior. Solo ese mercado concentró en 2024 alrededor del 47% del valor exportado de nuestro café. Y pese a esta enorme cifra, nuestro país fue el segundo proveedor de café para el mercado americano, aportando una cuota cercana al 19% de su total, versus el 32% que puso Brasil. Ese dato es muy importante porque explica la angustia y al mismo tiempo la oportunidad que les voy a detallar a continuación.

La política comercial de los Estados Unidos este año sacudió todo el mercado del café. Se impuso un arancel general del 10% a las importaciones de Colombia, sí, pero a Brasil le aplicaron tarifas mucho más altas (cercanas al 50%) y Vietnam, el segundo mayor productor mundial, también obtuvo su castigo recibiendo un arancel más alto que el de Colombia. Y esto, de la noche a la mañana, mejoró enormemente la competitividad del café colombiano frente a los dos gigantes de la oferta mundial. Pero así como la política es cambiante, también lo cambia todo, y la mismas condiciones que hoy nos hoy favorecen pueden mañana afectarnos peor que a ellos, y ahí el golpe sería verdaderamente devastador.

Para empezar, perderíamos la ventaja competitiva ganada por diferencial arancelario justo cuando la demanda de este mercado con más de 300 millones de habitantes empieza preferir el café de origen colombiano. Durante lo corrido de este año, mientras las exportaciones de café brasileño y vietnamita al mercado americano han enfrentado una crisis sin precedentes, las de Colombia se han mantenido por encima que las del 2024. Pero si esto cambia y perdemos la competitividad ya ganada, nos vamos en caída libre, pues inmediatamente cualquier cliente final en Estados Unidos, ya sea un supermercado, cafetería, importador o distribuidor cambiaría de origen hacia países centroamericanos de cafés suaves que hoy compiten de tú a tú en calidad con el nuestro. Estos negocios no pueden trasladar de golpe un aumento del 30% o 50% a sus consumidores, entonces, simplemente pondrían en pausa la compra en Colombia y darían prioridad a ofertas de otros orígenes como Honduras, Guatemala y Costa Rica.

Además, un ajuste arancelario negativo se sentiría en los precios internos del país, pues menos compras de nuestro principal cliente se traduce en más oferta local, lo que llevaría a los caficultores a salir a vender para no perder su cosecha y generaría una presión bajista drástica. Es decir, las dinámicas del mercado obligarían a los productores a rematar su café por necesidad, lo que sería un retroceso social enorme para regiones enteras como el Huila, Antioquia, Nariño, Santander, Tolima y el Eje Cafetero.

Por eso, como yo lo veo, esta coyuntura puede representar el cielo o el infierno para nuestra industria cafetera y para la sostenibilidad social del país. Si consolidamos nuestra ventaja competitiva manteniendo un arancel inferior a Brasil y Vietnam, sería el cielo, pues los compradores estadounidenses, en su ansiedad y necesidad, necesitan de Colombia ese aliado que les garantice estabilidad ante los precios altos de los principales países productores. Pero en el escenario opuesto, esto también podría convertirse en el infierno si es que hay un giro en el rumbo arancelario, pues quedaríamos en desventaja competitiva frente a Brasil y Vietnam, agregándole al cóctel que quien nos dejaría de comprar es también nuestro principal cliente en el extranjero.

Viviendo hoy entre la incertidumbre de dos escenarios contrarios y al haber tenido la fortuna de trabajar con comunidades cafeteras desde hace 7 años, deseo que prime el entendimiento en Washington sobre lo que esta industria representa para la estabilidad del país. El café colombiano no es una manera de castigar al gobierno sino al ciudadano, pues son casi 600.000 familias y pequeñas empresas que han construido su negocio a punta de esfuerzo y calidad las que se verían verdaderamente afectadas.

Con el aroma de un café endulzado con esperanza, los saludo.

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