Por: Mario solano
Colombia, una nación marcada por décadas de conflicto armado, parece enfrentarse una vez más al fantasma de un pasado violento. Los acontecimientos actuales sugieren que estamos en el umbral de repetir capítulos amargos. La consolidación de grupos armados ilegales, su enriquecimiento exponencial a través de la minería ilegal y el narcotráfico, y el consecuente rearme masivo, nos empujan inevitablemente hacia una confrontación armada. Este flujo de dinero ha permitido a estas organizaciones adquirir un arsenal impresionante. Desde armamento de corto alcance hasta equipos sofisticados, la acumulación de poder de fuego es alarmante y no se va a quedar guardado. Estas entidades robustas y altamente equipadas, capaces de desafiar de manera contundente la autoridad estatal, es una bomba que estalla más temprano que tarde. Por eso, la confrontación es un desenlace casi inevitable. Primero, entre ellos mismos, disputando territorios y rutas de tráfico en una lucha sangrienta por el control. Si el Estado no logra contener el crecimiento y la capacidad bélica de estos grupos, la confrontación escalará a niveles peligrosos ya no solo entre ellos, sino con las fuerzas legítimas del Estado, quienes viven una disminución de la capacidad de respuesta y disuasión. Cuando se debería estar fortaleciendo las Fuerzas Armadas con recursos, tecnología, entrenamiento y el respaldo necesario para enfrentar esta amenaza creciente. La inversión en inteligencia, tecnología y una estrategia ofensiva clara, son fundamentales para evitar que la historia se repita. La paz a través de diálogos sin estrategia ya quedó agotada, solo sirvió para que se fortalecieran los grupos delincuenciales, la justicia ha sido sacrificada por el discurso de la paz. La JEP, como me lo dijo en su momento el Dr. Leyva, es para los militares y para empresarios, no es para juzgar a las FARC, la impunidad se llevó, atropelló a la justicia. Llegó el momento de la paz sin sacrificar la justicia, con unas fuerzas armadas con capacidad ofensiva, que sometan a todo aquel que se torne violento. La experiencia debería habernos enseñado que la debilidad del Estado frente a estos desafíos, solo conduce a un ciclo de violencia. Que todos queremos la paz, pero sin concesiones, paz con justicia, solo así podremos romper este ciclo y construir un futuro de convivencia y seguridad para nuestra nación. La justicia es el camino a la paz.








