Por: José Eliseo Baicué Peña
Luego de los resultados de una encuesta dentro de la campaña política para elegir al próximo presidente de Colombia, el temario nacional en medios de comunicación, redes sociales y demás círculos del país, gira en torno a esa medición.
Es claro, que mediante la democracia participativa se permite que cada ciudadano opine y se organice en partidos, que pueda convertir sus programas en leyes, que a su turno sean permanentes y que, en lo posible, no cambien con los gobiernos venideros.
Se entiende que los problemas inherentes a la pobreza, inequidad y corrupción no sólo son consustánciales a las democracias, sino también a regímenes fundamentalistas e incluso a los totalitarios.
Los ideales políticos de las sociedades modernas, como la justicia, los derechos civiles, la libertad, la igualdad y el ordenamiento jurídico, provienen de la intención de construir instituciones sólidas garantes del ejercicio de la ciudadanía.
Pese a todo esto, y en medio de las discusiones de reformas, definición del salario mínimo, inseguridad, homicidios, fulgor navideño, vacaciones académicas y demás connotaciones propias de la cotidianidad, la discusión política crece día a día.
Y, podría decirse que está bien que se aborde el tema. Sin embargo, se observa que las propuestas y el debate sobre educación es casi invisible y abstracto. No se conocen proyectos que estén directamente relacionados con el impulso que debe dársele a todo el campo de la educación.
Podría decirse que los precandidatos y candidatos están en deuda con este compromiso nacional, toda vez, que la educación debe concebirse como una prioridad de todos los gobiernos del mundo moderno, entendiendo que se erige como la base para un desarrollo sostenible, equitativo y pacífico.
Ojalá, el componente de educación no vaya a quedar rezagado por la intensidad de la campaña electoral que cobra cada vez más protagonismo. Preocuparía mucho y afectaría bastante los intereses de la ciudadanía, que el debate sobre educación y todas sus connotaciones se vieran opacados por otros propósitos.
Los medios de comunicación y los gerentes de las campañas, cada uno por su lado, deberían propiciar la organización y realización de estas propuestas y debates, en aras de garantizar no solo partidas presupuestales más robustas, sino, lograr que la educación, en todas sus facetas, se ubique en lugar preeminente, protagonista y de privilegio, para se constituya en el vehículo que transite por los caminos del desarrollo y el crecimiento social.
Campañas políticas, sí. Educación, también.
