La Institución Educativa La Victoria presentó en el Encuentro Departamental de Experiencias Pedagógicas Significativas 2025 un proyecto que nació en pandemia y hoy fortalece habilidades comunicativas, vínculos familiares y procesos creativos en los estudiantes.
DIARIO DEL HUILA — EDUCACIÓN
En las montañas de Acevedo, donde la vida rural se teje entre cafetales, caminos veredales y aprendizajes que nacen de la tradición familiar, la lectura encontró un nuevo hogar. Allí, en la Institución Educativa La Victoria, nació Lejucapines, una experiencia significativa que utiliza la lectura, el juego, el canto, la pintura y la escritura como herramientas para fortalecer competencias comunicativas y, sobre todo, para unir a las familias en torno al aprendizaje.

El proyecto fue presentado durante el Encuentro Departamental de Experiencias Pedagógicas Significativas 2025, y hoy se consolida como una de las apuestas más reconocidas de la institución. Las docentes Matilde Lamilla Espinoza y Elizabeth Narváez Bravo lideran este ejercicio pedagógico que surgió como respuesta a un problema visible: la falta de interés por la lectura y la baja comprensión lectora entre los estudiantes.
“Nos vimos abocados a abordar este tema porque los niños no leían, no se interesaban por la lectura, y mucho menos por comprender lo que leían”, explicó Matilde Lamilla durante su presentación.
El nombre Lejucapines reúne las claves del proceso: leer, jugar, cantar, pintar y escribir. Cada una es una puerta de entrada a la expresión y al aprendizaje significativo.
Etapa inspiradora: cuando leer vuelve a ser una aventura
La primera fase del proyecto buscó despertar el deseo de leer explorando cuentos, historias y textos desde la curiosidad. Más que una estrategia escolar, fue un reencuentro con la experiencia sensorial y emocional de la lectura.
Los niños comenzaron a descubrir libros, a construir sentidos, a recorrer mundos narrativos y a encontrar motivaciones personales para acercarse a las palabras. Leer dejó de ser una obligación escolar y empezó a sentirse como una actividad libre, entretenida y compartida.
Esta etapa marcó un punto de partida necesario: sin motivación, no hay lectura posible.
Libro viajero: la palabra cruza el umbral de la casa
La segunda etapa fortaleció los lazos entre familia y escuela. La iniciativa del libro lector—o cuaderno viajero—permitió que las historias escritas en la escuela continuaran en casa y que la lectura no quedara confinada al aula.
Cada semana, los estudiantes llevan el libro a sus hogares junto con un tema o consigna. En familia, crean textos, dibujos, recetas, historias de cultivo o relatos personales que luego regresan a la escuela para socializarse con el grupo.
“La idea es que cada día se fortalezcan esos vínculos afectivos entre familia y escuela. Los padres se involucran porque quieren que sus hijos hagan las cosas bien”, señala Lamilla.
Este ejercicio transforma la escritura en una experiencia emocional, colaborativa y comunitaria. El hogar se convierte en un escenario pedagógico y la escuela en un espacio donde ese aprendizaje se comparte y toma forma colectiva.

Etapa creadora: narrar desde la vida propia
La última fase del proceso es también la más expresiva. Allí los estudiantes producen textos propios, no solo respondiendo consignas escolares, sino narrando su universo: lo que ocurre en su familia, en su vereda, en sus lugares de juego, en sus cultivos o en la vida cotidiana del campo.
Estas creaciones no solo fortalecen habilidades comunicativas, sino que elevan la autoestima y reconocen a los niños como autores con voz propia.
El proyecto también se articula con áreas como lenguaje, ciencias y artística, y cuenta con el apoyo del plan lector institucional y de la biblioteca municipal, que destina jornadas lectivas a acompañar los procesos de lectura.
“La biblioteca nos aporta un día de lectura y eso fortalece la experiencia de manera muy significativa”, destacaron las docentes.
Pandemia: cuando la escuela tuvo que entrar a las casas
Aunque la experiencia tomó fuerza progresivamente, su consolidación ocurrió durante la pandemia. Con las aulas cerradas, el hogar se convirtió en escuela, y los padres, en aliados pedagógicos. Allí, Lejucapines encontró un espacio fértil para florecer.

“Surgió en pandemia porque la escuela se trasladó a la casa. Desde ahí empezaron avances significativos tanto en lectura crítica como en resultados académicos”, señala Elizabeth Narváez.
El proyecto logró sostenerse en la presencialidad, manteniendo el vínculo familiar como eje estructural.
Avances visibles: gusto por leer y mejora académica
Los resultados han sido notables. Más del 80% de los estudiantes de la institución, aunque no todos están vinculados formalmente, han mostrado avances significativos en lectura, escritura, dibujo, juego creativo y expresión oral.
“Les gusta leer, les llama la atención escribir, dibujar, cantar, jugar”, afirma Narváez.
Además, se registran mejoras en pruebas externas y en lectura crítica, resultados que dan cuenta de evolución académica acompañada por elementos emocionales y familiares.
El proyecto se aplica en dos sedes focalizadas:
- Sede Los Ángeles: preescolar, primero y segundo
- Sede principal: grado primero
En ambas, el libro viajero ha sido una herramienta central para desarrollar habilidades y fortalecer el acompañamiento familiar.


Una experiencia rural que se escribe en comunidad
Uno de los aportes más valiosos del proyecto es su carácter comunitario. La lectura no ocurre aislada en el aula, sino integrada a la vida diaria, a los tiempos de cultivo, a la crianza, a los espacios familiares y a las historias propias del territorio.
Las actividades no buscan solo mejorar competencias, sino fortalecer vínculos afectivos y hacer del aprendizaje una experiencia compartida entre escuela y hogar. En entornos rurales, donde la escuela es un eje de cohesión social, esto resulta fundamental.
Lo que deja Lejucapines
Más allá de los avances medibles, el proyecto deja aprendizajes intangibles pero profundos:
- La lectura puede nacer del juego.
- La escritura puede ser un espejo de la identidad y el territorio.
- La escuela puede acompañar emocionalmente sin dejar de formar académicamente.
- La familia no es solo observadora: es parte activa del proceso educativo.
En La Victoria, leer no es solo decodificar palabras: es un acto de reunión, inspiración y creación.
En Acevedo, la educación no sucede solo en los cuadernos, sino también en las manos que siembran, en las historias que se cuentan en casa y en los libros que viajan de un hogar a otro.
Lejucapines no solo enseña a leer; enseña a aprender acompañados.









