Diario del Huila

La razón del ruido

Oct 28, 2025

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Por Johan Steed Ortiz Fernández

Vivimos en una ciudad donde el ruido tapa hasta los latidos.

Ruido de promesas, de insultos, de indiferencia.

Pero el ruido más peligroso es el que hace el silencio de la conciencia.

El ruido no está solo afuera.

A veces habita dentro de nosotros, disfrazado de orgullo, haciéndonos creer que solo nuestra voz tiene la verdad.

No me interesa tener siempre la razón.

Me interesa tener siempre la conciencia despierta.

Porque cuando la conciencia se apaga, el ruido manda.

Vivimos rodeados de voces que no escuchan.

De palabras que no dialogan.

De gritos que buscan eco, no verdad.

El ruido no está solo afuera: también late adentro, cuando creemos que opinar es comprender y que tener razón es tener corazón.

He comprendido que la política no es un escenario: es una escuela.

Una escuela donde no se gradúan los que más hablan, sino los que más aprenden.

Y aunque algunos olviden, hay cosas que el tiempo no borra: los debates que nadie quiso dar, los temas que parecían imposibles de tocar, las promesas que se cumplieron en defensa de la educación pública con infraestructura digna; cuando insistimos en salvar el Santa Librada, en exigir al municipio el ejemplo de pagar a tiempo a sus contratistas; en defender la transparencia en la contratación, cuando exigimos control al PAE, en proponer seguridad ciudadana con inversión social; en exigir una Planta de Tratamiento de Aguas Residuales para no seguir contaminando el río; en oponernos a los endeudamientos sin planeación y a los impuestos improvisados; y en pedir un POT que piense en el territorio y no en los intereses de unos pocos.

Visionar a Neiva también fue pensar en cómo las familias generan ingresos, en un Plan de gestión de los residuos sólidos, que respete la naturaleza y la limpieza del municipio, y en proyectos que impactarán de verdad la vida de los neivanos, estudiantes, pasantes y madres comunitarias.

Por eso nos opusimos a la privatización del alumbrado público, defendimos las entidades públicas y alzamos la voz cuando las Empresas Públicas de Neiva eran asfixiadas por errores administrativos y financieros que las llevaban a la crisis.

Nunca callé, aunque eso me costara incomodidades, ataques o aislamientos.

Y no callé tampoco cuando la política cruzó la frontera de lo humano: cuando mi esposa, por el solo hecho de trabajar en la empresa, fue víctima de acoso laboral y hostigamiento.

Eso también enseña. Enseña que hay mandatarios tan bajos que repiten las mismas prácticas que criticaron en campaña, porque cuando se quedan sin argumentos, recurren al miedo.

Pero ese es el precio de la coherencia: no callar, aun cuando el silencio sería más cómodo.

Y aunque duela, ese costo vale la pena.

Fui concejal, y me enorgullece lo que hicimos.

Pero el tiempo enseña distinto: lo que antes era urgente hoy parece ruido, y lo que callamos, a veces, era lo más necesario.

Por eso hoy miro atrás sin nostalgia, pero con autocrítica.

Porque hay cosas que pude hacer mejor, y eso no me resta; me fortalece.

Y también miro hacia adelante con esperanza.

Porque Neiva no necesita más gritos, necesita dirección.

Una ciudad que escuche, que planifique, que respete los recursos públicos y abrace sus oportunidades.

Esa sigue siendo mi causa, la misma de siempre, pero con la serenidad que da el aprendizaje.

Escucho a los jóvenes que hoy desconfían de la política, a los contratistas que sienten que el esfuerzo no siempre se reconoce, a los comerciantes que luchan por sostener sus negocios y a las familias que ya no creen en los discursos, sino en los hechos.

En sus voces encuentro el pulso real de la ciudad que queremos.

Escucho mucho.

Tanto, que a veces pienso que mi trabajo hoy se parece un poco a lo que hace una inteligencia artificial: recibir miles de mensajes, críticas, datos, reclamos, comentarios. Pero, a diferencia de un algoritmo, tengo algo que no se programa: la conciencia. Escucho, analizo, aprendo. No para tener siempre la razón, sino para entender mejor las razones de los demás. Esa es, creo yo, la verdadera inteligencia humana, para interpretar el sentir de la gente.

Hoy el país está lleno de certezas sin alma.

De arrogancias que confunden liderazgo con soberbia.

De promesas rotas y verdades a gritos.

Por eso esta columna no es una defensa ni una queja. Es una autocrítica. Una manera de decir que también estoy aprendiendo, que no me avergüenza evolucionar, que prefiero revisar mis ideas antes que repetir consignas. Que me he equivocado, sí, pero nunca he dejado de actuar desde la convicción, y la coherencia para servir, de cuidar lo que amo: mi Ciudad. Y eso, créanme, ya no lo hace cualquiera.

La verdadera evolución no está en cambiar de opinión, sino en revisarla.

En aceptar que uno no lo sabe todo, y que incluso el desacuerdo enseña.

Por eso valoro cada crítica y cada conversación: porque me devuelven la mirada hacia donde debo seguir creciendo.

No hay política sin humanidad.

No hay liderazgo sin humildad.

Y no hay futuro sin memoria.

Por eso, hoy lo digo sin adornos:

colaborar siempre con mi pueblo no es un acto de campaña, es un acto de conciencia.

Porque servir a Neiva, escucharla y evolucionar con ella, es  y seguirá siendo, la razón más profunda de todo este ruido.

Y seguiré creyendo que entre tanto ruido todavía hay espacio para la razón, para el respeto, y para la neiva que soñamos.

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