Por: Gerardo Aldana García
El gran escritor checoslovaco Milan Kundera nos enseñó que la vida es una «insoportable levedad del ser», y quizá en Colombia, esa levedad se traduce en la perpetua e innecesaria pesadez de la polarización. Nos hemos acostumbrado a vernos en un espejo roto, donde solo existe la luz o la sombra, sin la belleza cromática de los matices. Pero, ¿y si miráramos más allá del ego y la tribuna? ¿Y si, por un instante, el destino de la nación dependiera de que dos titanes, Álvaro Uribe Vélez y Gustavo Petro Urrego, silenciaran el ruido de las pasiones y se convirtieran en dos violines al unísono? Qué importa soñar; no cuesta nada. Y, sin embargo, acaso esta experiencia onírica tenga el poder de hacerse visible.
Ambos hombres, llamados por su nombre propio, son líderes auténticos, más allá de la temporalidad de sus cargos. Su anhelo, sincero desde sus trincheras, ha sido siempre servir a la patria, a pesar de las decisiones que, por humanas, hayan sido equivocadas. En el vasto mercado de las ideas, sus nombres se han fundido con los productos que encarnan, de manera casi mitológica: Uribe es la Seguridad de la nación; Petro es la Libertad y la Inclusión. Al igual que Coca-Cola no es solo un refresco, sino la satisfacción inmediata de una necesidad, Uribe es la respuesta emocional a la zozobra; Petro es el eco profundo de las minorías excluidas. Ni uno ni otro perderán su vigencia; la influencia de Petro, sin el solio presidencial, resonará, tal como lo hace la de Uribe desde hace décadas.
El enemigo real no es el otro. El enemigo es el atraso centenario, es la polarización que nos carcome el alma nacional. Es el momento de la neurociencia aplicada: nuestra mente comunitaria, aquella que nos recuerda la necesidad de ser manada, condición sine qua non para la supervivencia en la antigüedad evolutiva. Por ello, Colombia necesita un nuevo estímulo, bajo esta misma motivación. Entendamos que es casi imposible hacer cambiar de opinión a un petrista sobre la bondad de Uribe, como lo es convencer a un uribista de la nobleza de Petro. Una tarea de esa magnitud, que rompe la inercia ideológica, solo puede ser impulsada por los dos líderes, actuando bajo el dictado sincero y amigable de su conciencia de buen ser humano. Un «Estado Social de Bienestar» no se construye con un solo instrumento; necesita una orquesta completa.
Imaginemos, tal vez, con el auspicio de algún Nobel, o la mediación de un líder económico mundial, un encuentro privado, despojado del ego personal. Un diálogo donde, bajo el principio humano de la manada, se atrevieran a decirse: «Te veo, siento tu dolor, te respeto y puedo dialogar y llegar a acuerdos contigo». Un pacto sellado en la comprensión de que, en momentos de crisis o ataque externo, todos debemos ser un monolito, una sola fuerza inquebrantable.
La historia nos ha enseñado que esta metamorfosis del conflicto es posible. Tras la Segunda Guerra Mundial, líderes de países enemigos como Francia y Alemania decidieron trascender siglos de odio y confrontación. Al sentarse juntos a construir la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, sentaron las bases para la Unión Europea, transformando la guerra en prosperidad y el conflicto en el auténtico bienestar de sus gentes. Decidieron que su enemigo no era el vecino, sino la destrucción.
De Uribe y Petro hay que decir que el noble propósito de servir ha sido la motivación de ambos, lo cual ya hace grande el ejercicio de su liderazgo. ¿Te imaginas si estos dos hombres, concentrados solo en lo bueno que el otro ha hecho, lideraran en América Latina una experiencia absolutamente disruptiva en los esquemas de polarización ideológica?
Es tiempo de reconocer que la polarización en Colombia es una pesada carga que nos impide ver la sencillez y la belleza de la solución; es decir, el diálogo. Un diálogo inteligente centrado en el auténtico bienestar nacional, buscaría hacer que la radicalización y confrontación ideológica sean materialmente imposibles; tal vez si las partes logran compartir y controlar conjuntamente los insumos esenciales para dichos flagelos, al punto de que ninguna de las dos pueda armarse en secreto ni enfrentarse a la otra. Un diálogo basado en acuerdos, en donde se construya la solidaridad de hecho, como propuesta que obligaba a los líderes a pensar en términos de colaboración política en lugar de confrontación de ideologías y caudillismos.
Qué resultados tan poderosos obtendría Colombia si al unísono, los dos líderes resonaran cual dos violines que cautivan la emoción superior del pueblo colombiano, marcando el compás hacia la convivencia, el perdón profundo y el auténtico progreso nacional. Este es el camino.
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