Por: Ruber Bustos
Yo como caficultor he, dedicado mi vida al cultivo del grano en las montañas colombianas, y no puedo dejar de expresar una preocupación que compartimos muchos en el sector: la creciente tensión diplomática entre Colombia y Estados Unidos empieza a generar incertidumbre, especialmente para quienes vivimos del agro. No se trata de alarmismo, pero sí de una advertencia a tiempo: cuando el clima político se nubla, la economía del campo tiembla.
Estados Unidos es, desde hace décadas, el principal destino del café colombiano. Solo en 2024, la categoría de “café, té, mate y especias” exportada hacia ese país —donde el café representa más del 90 %— alcanzó los US$1.420 millones (Trading Economics). Y en 2023 exportamos más de 234 millones de kilos de café sin tostar a EE.UU., por un valor de US$1.113 millones, según datos del Banco Mundial (WITS). Estas cifras no son menores: el café es uno de los pilares del campo colombiano, y cualquier señal de tensión en la relación comercial con nuestro principal comprador debe ser tomada en serio.
Y no es solo el café. Las exportaciones agropecuarias en general están en auge: entre enero y abril de 2024, Colombia exportó 1.9 millones de toneladas de productos agrícolas, con un incremento del 25,8 % frente al año anterior (América Economía). Solo en febrero de 2025, el agro colombiano generó US$1.143 millones en exportaciones, con aumentos destacados en café y carne bovina (Finance Colombia).
Desde mi lugar como productor, creo que este no es momento para la soberbia ni para el discurso inflamado. Es tiempo de prudencia. Como se dice popularmente, la tienda hay que atenderla bien, y eso implica cuidar las relaciones, valorar al cliente y ofrecer calidad constante. Estados Unidos compra nuestro café, sí, pero también tiene opciones. No podemos asumir que siempre lo harán si nosotros no cultivamos también la relación diplomática y comercial.
Invito a quienes lideran y representan nuestros intereses en el plano nacional e internacional a manejar esta coyuntura con inteligencia y mesura. Las decisiones apresuradas pueden traducirse en menores ingresos, en pérdida de empleo rural y en desestabilización de economías locales. Y a los cafeteros como yo, los invito a seguir apostando por la calidad, la trazabilidad y la diferenciación. No solo para mantener nuestro lugar en Estados Unidos, sino para abrir puertas en otros mercados que valoren el esfuerzo detrás de cada grano.
Los datos son claros: el agro colombiano, y en particular el café, está altamente expuesto a los vaivenes de la política internacional. Por eso, más allá de ideologías o discursos, necesitamos sensatez, diálogo y respeto mutuo. Porque cuando la tienda se atiende con cuidado, con humildad y visión de largo plazo, los clientes no se van. Y nosotros, los que sembramos bajo el sol y la lluvia, podemos seguir cultivando no solo café, sino esperanza.








