Por: María del Carmen Jiménez
La ética en la política no debe ser un adorno, sino la base del cambio. Cuando el respeto entre los ciudadanos y la unidad nacional se convierten en principios, el país puede avanzar sin miedo, sin odio y con esperanza.
La ética en la política y el uso adecuado del lenguaje son fundamentales para la salud democrática. Cuando se ejerce una comunicación política honesta, respetuosa orientada al bien común, se contribuye a formar ciudadanos informados, racionales no manipulados. El lenguaje ético en la política se traduce en claridad, precisión y argumentos lógicos, evita los insultos y epítetos engañosos, estigmatizantes.
Sería importante que en las contiendas electorales el objetivo fundamental de la comunicación política ética fuese la de generar un electorado y una ciudadanía informada que pueda tomar decisiones racionales basada en información veraz y precisa. La ética es un agente regulador que fortalece el pensamiento crítico y ayuda a tomar las mejores decisiones.
Desde Maquiavelo se hizo evidente que el objeto de la política no era otro que el poder y ésta subordinó la ética, propició el uso inadecuado del lenguaje para destruir al contrario, olvidando que el Lenguaje no solo es un medio de comunicación, sino instrumento fundamental mediante el cual los seres humanos construimos realidad, sentido y convivencia.
Cada palabra encierra una carga de valores, emociones e intenciones, por eso, el modo en que hablamos o escribimos refleja y moldea nuestra forma de pensar. En la vida social el lenguaje es una herramienta de poder: puede incluir, o excluir, liberar o dominar. La ética orienta nuestras acciones hacia el bien común, la justicia y el respeto por la dignidad humana. Pero sin un lenguaje ético, esa orientación se desdibuja.
Una nueva ética en la política basada en el respeto y la verdad necesita un nuevo lenguaje que rompa con la violencia simbólica, el odio y la desinformación. Que exprese una visión del mundo más incluyente, ecológica y humana. Que haga posible la palabra compartida, el diálogo entre diferencias y la construcción colectiva del sentido común.
Provoca tristeza el uso del lenguaje estigmatizante y sin argumentos en redes sociales. Los espacios digitales que nacieron para acercarnos, se han vuelto escenarios donde la palabra pierde su dignidad y se llena de odio, prejuicio y descalificación. Frente a esa realidad, urge una nueva ética del lenguaje que nos devuelva la capacidad de hablar con empatía , de disentir sin destruir, de argumentar sin herir.








