Carlos Yepes A.
Colombia ya conoce el costo del abandono estatal. El Catatumbo es la prueba viviente: décadas de olvido institucional, inversión insuficiente y promesas incumplidas lo convirtieron en epicentro de violencia y economías ilícitas. Hoy, cuando recorremos el occidente del Huila y escuchamos los testimonios de caficultores extorsionados y comerciantes atemorizados, no preguntamos: ¿estamos a tiempo de evitar que el Huila siga ese camino?
La inversión del Gobierno Nacional en nuestro departamento muestra una tendencia descendente que coincide, no casualmente, con el incremento de la inseguridad. Mientras los recursos disminuyen año tras año, la extorsión y la presencia de actores armados aumentan. La ecuación es devastadora: menos Estado, más violencia.
El occidente huilense —La Plata, La Argentina, Paicol, Tesalia, Íquira— vive una paradoja cruel. Produce el café más fino de Colombia, alimenta al país con su agricultura, tiene un potencial turístico incomparable. Pero sus habitantes transitan por vías del siglo pasado, no tienen acceso a infraestructura que multiplicaría su productividad, y cada vez más empresarios reciben llamadas amenazantes.
La Transversal del Libertador es el símbolo perfecto de este abandono. En el papel existen contratos y «compromisos», pero sobre el terreno real, el que pisan los campesinos y transportadores, la historia es otra: trochas, barro, aislamiento. Cuando el Estado no llega con carreteras, tampoco llega con hospitales, escuelas de calidad ni oportunidades económicas legales. En ese vacío, otros actores encuentran terreno fértil.
¿Cómo pedirle a un campesino de La Argentina que resista la presión del grupo armado cuando lleva años esperando que le arreglen la vía? ¿Cómo pedirle a un joven de Paicol que no emigre cuando no hay inversión en educación superior ni empleo digno? ¿Cómo pedirle a un comerciante de La Plata que denuncie las extorsiones cuando no ve presencia efectiva del Estado?
¿Vamos a esperar a que el occidente del Huila recorra el mismo camino del Catatumbo para actuar? ¿Vamos a permitir que dentro de diez años hablen del «problema del Huila» como hoy hablan del «problema del Catatumbo»?
No estamos exagerando. Estamos leyendo señales claras: inversión descendente, inseguridad ascendente, desesperanza creciente. El Huila todavía está a tiempo, pero esa oportunidad no durará para siempre.
Los huilenses no pedimos privilegios. Exigimos lo que nos corresponde: inversión real, presencia estatal efectiva y un futuro donde nuestros hijos puedan quedarse a construir en su tierra. El Catatumbo nos enseñó cuál es el costo del abandono. Ojalá no tengamos que aprenderlo de nuevo en el Huila.








