Por: Johan Steed Ortiz Fernández
Dos años no son 730 días: son 730 oportunidades de cambiar la historia.
De hacer lo correcto, de corregir lo mal hecho, de escuchar a la gente y de planear con sentido.
Un gobierno que en dos años no transforma nada no careció de tiempo: careció de voluntad.
Si la vida cambia a velocidad de vértigo, una ciudad también puede hacerlo.
En pocos meses un bebé aprende a decir mamá, a correr, a pedir agua.
Salvador, mi hijo, con apenas cuatro meses, sonríe, balbucea, intenta sentarse, reacciona a la música.
Si la vida avanza así de rápido, ¿cómo puede una ciudad quedarse quieta durante dos años?
La biología y la naturaleza no se excusan.
En ese lapso el hígado se regenera, la piel se renueva decenas de veces, los huesos se reconstruyen desde cero.
En la naturaleza un eucalipto puede alcanzar diez metros, una palma datilera ofrecer su primera cosecha y un manglar recuperar franjas enteras de costa.
En la ciudad, como en el cuerpo, el descuido también deja cicatrices.
Donde hay cuidado, energía y propósito, el cambio sucede.
En ese mismo tiempo, en Neiva, lo que parece crecer con facilidad son los pretextos.
La historia demuestra que veinticuatro meses alcanzan para mover placas.
En ese plazo Alemania inició su reunificación; Uruguay salió de su crisis y fortaleció su inclusión social; Mandela pasó de prisionero a presidente.
El mundo, que al comienzo no tenía vacuna, terminó inmunizando a miles de millones.
Y nos guste o no, también hay ejemplos recientes de países como Argentina, que con decisiones firmes, reordenaron variables macro y microeconomías en poco tiempo bajaron la inflación de forma acelerada.
No se trata de estar de acuerdo con cada caso, sino de entender que el tiempo, bien usado, puede ser revolucionario.
Lo mismo ocurre en la vida cotidiana.
En dos años una familia puede levantar su casa desde los cimientos y convertirla en hogar.
Un joven puede pasar de no saber multiplicar a ganar una olimpiada de matemáticas.
Un emprendedor puede crear un negocio desde cero y dar empleo.
Si eso es posible en los hogares, ¿por qué no en una administración con presupuesto, equipos técnicos y poder de decisión?
Neiva, en cambio, parece vivir en cámara lenta, y últimamente, sin final feliz.
Dos años se han ido entre fiestas y viajes divertidos, entre discursos y fotos oficiales;
entre créditos que hipotecan el futuro y obras que no se ven;
entre árboles que se cortan y siembras que no llegan;
entre anuncios rimbombantes y la realidad polvorienta de calles rotas, fuentes secas y promesas deshechas.
En dos años, el presupuesto de inversión supera los $2.000.000.000.000, y sin embargo, Neiva no tiene un solo indicador mejorado.
Nos dicen que los gobiernos “necesitan tiempo”, pero el tiempo por sí solo no hace milagros: la agenda sí.
En 730 días se puede reforestar una ciudad, recuperar la confianza, mejorar la movilidad y dignificar el empleo público.
Lo que no se puede hacer en dos años es seguir improvisando como si el reloj no contara.
Cuando se cuida, se nota.
Un árbol bien atendido ya da sombra.
Un niño bien nutrido ya corre y pronuncia su nombre.
Una ciudad bien gobernada ya muestra resultados.
Neiva, en cambio, sigue buscando quién la cuide, quién la escuche y quién la ame con hechos, no con vallas.
Amar a Neiva no es un eslogan: es planear, ejecutar y rendir cuentas.
Es admitir que dos años no son pocos: son suficientes para transformar lo que se dijo que se iba a “recuperar”… o para perder el rumbo.
Lo repito: dos años no son 730 días, son 730 oportunidades.
Y esta administración las ha dejado pasar, una tras otra, entre aplausos comprados y silencios convenientes.
Mientras esperamos un milagro, la vida, que sí entiende de evolución y cambio, nos recuerda que todo lo que no crece, se marchita.
En cuatro meses, Salvador cambió nuestro mundo y el suyo.
En dos años, Neiva pudo cambiar el suyo.
No lo hizo.
Y eso no es culpa del tiempo, sino de un gobierno que decidió seguir improvisando y no hacer nada con él.
Pero todavía se puede.
A Neiva no le falta esperanza: le faltan prioridades, identidad, sentido de pertenecía.
Si en los próximos dos años se planeara con seriedad, podríamos terminar las obras inconclusas, recuperar los espacios públicos, garantizar agua para todos, modernizar la movilidad, invertir en seguridad y cultura, y dejar de hipotecar el futuro con deuda y propaganda.
El verdadero desafío no es administrar el tiempo, sino aprovecharlo con propósito.
Porque cuando se gobierna con visión, dos años alcanzan para mucho: para devolverle la dignidad a la ciudad, la confianza a su gente y la esperanza a su historia.
El reloj sigue corriendo, y aunque el tiempo no se detiene, Neiva aún puede renacer si decide hacerlo a tiempo.








