Diario del Huila

El café me abrió el mundo

Oct 10, 2025

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Por: Ruber Bustos

Soy cafetero de cuna: crecí entre surcos y montañas, viendo cómo mis padres confiaban en la tierra y en el trabajo honesto. Nunca imaginé que ese mismo grano que sembrábamos en silencio me llevaría tan lejos. Gracias al café he tenido la fortuna de salir, de viajar, de conocer otras culturas y de entender que en cada taza servida fuera del país hay una historia de Colombia escrita con esfuerzo, esperanza y orgullo.

Esta posibilidad no me pertenece solo a mí. Proviene del trabajo de miles de caficultores, del respaldo de la Federación Nacional de Cafeteros, del conocimiento de Cenicafé, del acompañamiento técnico del Servicio de Extensión y de una marca que ha llevado el nombre del país a lo más alto: Café de Colombia. Un sello que representa calidad, confianza y un modo de vida que, por generaciones, ha sostenido la economía y la identidad nacional.

Sin embargo, hoy siento que ese legado se ve amenazado. Desde la Casa de Nariño, las decisiones y los discursos parecen alejarse de la prudencia y del sentido de unidad que un país como el nuestro necesita. Mientras tanto, en el campo seguimos haciendo patria, sosteniendo con trabajo lo que otros debilitan con palabras.

El campo colombiano ha sido la raíz de nuestro desarrollo. Y si hoy el país celebra una producción cercana a los 14,8 millones de sacos de café —la más alta en tres décadas—, es gracias al compromiso de los productores y a los programas de renovación, sostenibilidad y productividad que gobiernos anteriores impulsaron junto con la Federación. Políticas de apoyo rural, incentivos para la siembra, infraestructura cafetera, vías terciarias y acompañamiento técnico hicieron posible que el café colombiano siga siendo ejemplo de calidad y orgullo nacional.

Por eso preocupa que, en lugar de fortalecer lo que funciona, desde el Gobierno central se lancen mensajes que desmotivan al campo, que generan incertidumbre y que alejan la inversión. La caficultura no se levanta con discursos de confrontación, sino con decisiones que garanticen seguridad, vías, acceso a crédito, educación y oportunidades para las familias rurales.

Como cafetero, no quiero ver cómo se desperdicia lo que tanto costó construir. Quiero que el trabajo del campo siga siendo orgullo nacional y motor de desarrollo. Que se respete la institucionalidad que ha mantenido en pie a la caficultura, que se escuche la voz de quienes conocemos la tierra y vivimos de ella.

El café me abrió el mundo. Pero es el amor por esta tierra el que me hace quedarme. Desde el campo, seguimos creyendo en Colombia, sembrando esperanza en cada surco y recordándole al país que el futuro también se cultiva.

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