Por: Ramiro Andrés Gutiérrez Plazas
La rumba es una manifestación cultural y social que va mucho más allá del simple entretenimiento; es una forma de liberar tensiones, compartir con amigos y renovar la energía después de las exigencias del día a día. Bailar, compartir con amigos y disfrutar de la música no solo estimula el cuerpo, sino también el espíritu, fomentando la conexión humana y el bienestar emocional. En una sociedad cada vez más acelerada, los espacios de esparcimiento se vuelven necesarios para equilibrar la rutina, fortalecer la salud mental y mantener viva la alegría que nos une como comunidad.
Sin embargo, en medio de ese legítimo derecho a la diversión surge una realidad que muchos prefieren ignorar: ¿hasta qué punto el derecho al trabajo, la recreación y el esparcimiento puede entrar en contravía del derecho al descanso y el buen vivir? Esta pregunta cobra especial relevancia en Neiva, particularmente para quienes viven cerca de las llamadas “zonas rosas”, donde la música, los parlantes a todo volumen, los gritos y las peleas se convierten en una pesadilla de todos los días.
A pesar de la entrada en vigor de la Ley 2450 de 2025, que establece una Política Nacional de Calidad Acústica para gestionar el ruido y las vibraciones en el país, protegiendo los derechos a la salud, la intimidad y el medio ambiente, la situación en sectores como la carrera 5ª de Neiva sigue siendo caótica. Para muchos residentes, el descanso se volvió un privilegio inalcanzable. La convivencia se rompe cada fin de semana entre los estruendos de los carros con parlantes, los altos niveles de inseguridad, las riñas callejeras y el consumo de drogas en espacios públicos.
El problema no radica en la existencia de la rumba, sino en la falta de control y autoridad. El Decreto 082 de la Alcaldía de Neiva regula los horarios de funcionamiento de los establecimientos de venta de licor, fijando el cierre de bares y discotecas a las 2:00 a.m., pero la norma en algunos casos no se cumple a cabalidad. Tampoco hay una vigilancia efectiva sobre los niveles de ruido, los vehículos con sistemas de sonido excesivos ni sobre el consumo y expendio de drogas, lo que agrava el panorama de inseguridad. Esta desidia institucional ha llevado a la desvalorización del sector y al desplazamiento silencioso de muchas familias que se ven obligadas a vender sus casas a unos precios casi que regalados para poder encontrar paz en otros sectores de la ciudad.
Neiva necesita recuperar el equilibrio entre la vida nocturna y la tranquilidad de sus habitantes. Urge una acción conjunta entre la administración municipal, la Policía y los propietarios de los establecimientos para hacer cumplir las normas, promover el respeto por el espacio residencial y garantizar que el entretenimiento no se convierta en una amenaza para la convivencia. La rumba debe seguir siendo un símbolo de alegría, no de caos.
¿Seremos capaces de encontrar ese punto medio donde la ciudad pueda disfrutar sin perturbar el derecho al descanso de quienes solo quieren vivir tranquilos y en armonía?








