Carlos Yepes A.
La caída de la natalidad dejó de ser una curiosidad estadística para convertirse en un asunto de futuro: toca la educación, el empleo y la vida de las familias. Hoy la mayoría de los países desarrollados, y cada vez más en desarrollo, están por debajo de la tasa de reemplazo (2,1 hijos por mujer). El bloque OCDE ronda 1,5 y hay mínimos históricos en Europa y Asia, Corea del Sur, España, Japón, mientras las políticas públicas buscan conciliar trabajo y crianza sin perder dinamismo económico.
En Colombia, el DANE reportó 453.901 nacimientos en 2024, 12% menos que en 2023 y 31% menos que en 2015: el dato anual más bajo desde que hay registros. La fecundidad ronda 1,1 hijo por mujer, muy por debajo del umbral de reemplazo. Las cifras preliminares de 2025 (enero–julio) confirman la tendencia. Son números que preocupan por su impacto en pensiones, consumo y crecimiento. Las razones combinan factores económicos y culturales: alto costo de vida, vivienda, educación y cuidado, mayor escolaridad y participación laboral femenina, precariedad del empleo juvenil y nuevas expectativas sobre el proyecto de vida. La experiencia comparada sugiere tres líneas de respuesta: cuidado infantil de calidad y accesible, licencias parentales equilibradas y trayectorias laborales femeninas sin penalizaciones.
En 2024 todos los departamentos redujeron nacimientos; el Huila ya traía una caída de 14,3% en 2023. Esta tendencia se conecta con dos fenómenos locales que se retroalimentan: el envejecimiento acelerado y la diáspora juvenil que migra por estudio y empleo. El resultado es visible: aulas más vacías en varios municipios, menor demanda en economías locales y redes familiares fragmentadas. Es una señal temprana para el sistema educativo y para el mercado laboral regional que no podemos ignorar.
Menos matrículas tensionan la red escolar en veredas y corregimientos: aparecen sedes con baja ocupación, rutas menos eficientes y riesgo de cierres. El desafío es reorganizar cupos, transporte y modelos multigrado sin perder calidad, mientras se reorienta la oferta hacia primera infancia y formación técnica pertinente. La transición demográfica exige una política educativa que anticipe el nuevo tamaño de las cohortes, que fortalezca la permanencia y que conecte la media con la técnica y tecnológica para responder a las vocaciones productivas del territorio.
En el empleo ya se sienten los efectos. Una base laboral más pequeña y envejecida reduce el relevo generacional y presiona los sistemas de pensiones y de salud. Sectores intensivos en mano de obra joven,agro, piscicultura, comercio y construcción, enfrentan dificultades para contratar y mayores costos, lo que resta competitividad. Si no actuamos, tendremos menos emprendedores, menos innovación y mayores barreras para crecer. La respuesta pasa por una agenda pro-productividad con sello huilense: formación acelerada entre SENA, universidades y empresas en oficios críticos; incentivos a la formalización y al emprendimiento joven; guarderías y horarios flexibles en zonas industriales y comerciales para facilitar el empleo de mujeres y cuidadores; automatización accesible para Mipymes rurales; y una estrategia para el retorno de la diáspora huilense calificada que conecte talento, capital y proyectos productivos.
La baja natalidad no reduce las tareas de cuidado; por el contrario, las transforma. Crece el peso del cuidado de mayores, la soledad no deseada y la carga emocional de hogares que postergan la maternidad o la paternidad por razones económicas. En municipios del sur y del occidente ya se observan el estrés, el duelo migratorio y el “agotamiento del cuidador” sin redes suficientes. Se requiere una política territorial de bienestar psicosocial: psicólogos y orientadores en colegios y centros de salud; programas de crianza positiva y prevención de violencia intrafamiliar; “respiros” para cuidadores; sistemas comunitarios de apoyo; y campañas de corresponsabilidad masculina para equilibrar tiempos y oportunidades.
También es urgente adaptar la educación al cambio demográfico con un mapa de red que ordene sedes según calidad, transporte y permanencia; con prioridad a la atención integral 0–5 años; y con una articulación media-técnica que cierre brechas de pertinencia laboral. Un programa de becas “Quédese en el Huila”, anclado a servicio social rural o urbano y con empleo garantizado en sectores estratégicos, puede alinear incentivos y anclar talento. Complementariamente, una política de “economía del cuidado” basada en cooperativas locales profesionalizadas generaría empleo, aliviaría cargas en los hogares y mejoraría el bienestar de mayores, niños y personas con discapacidad.
La baja natalidad no es un debate cultural para dividirnos, sino un llamado a planear con cabeza fría. Si ordenamos el sistema educativo, facilitamos la conciliación, abaratamos el costo de criar y fortalecemos la economía del cuidado, podremos mitigar los efectos sobre empleo, pensiones y familias. En el Huila, donde ya vemos los síntomas, esta es una agenda urgente y posible.
Es momento de un Acuerdo para Vivir Mejor: que la respuesta no sea el miedo, sino políticas sensatas que protejan a las familias, sostengan el empleo y aseguren el futuro de nuestros niños… los que están y los que vendrán.
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