Una peligrosa estrategia de “contenido anzuelo” prolifera en redes sociales como TikTok y WhatsApp. Con videos de dinero, armas, motos y mujeres, los grupos armados ilegales están captando menores de edad en regiones como Cauca, Caquetá, Putumayo y Antioquia. El fenómeno, que combina manipulación digital y abandono estatal, crece sin control.
DIARIO DEL HUILA, ACTUALIDAD
Con una simple búsqueda en TikTok bastan segundos para caer en la red del reclutamiento. Basta escribir “Micay” para que el algoritmo despliegue videos con jóvenes en camuflado, montañas cubiertas de coca y música de fondo. En los comentarios, adolescentes de todo el país responden con frases como “yo quiero ingresar” o “quiero una vida mejor”. Detrás de ese contenido, que simula patriotismo o rebeldía, se esconden las disidencias de las Farc, el ‘clan del Golfo’ y las ‘Autodefensas Conquistadoras de la Sierra Nevada’.
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Estas publicaciones, camufladas entre bailes, canciones y tendencias, son parte de una estrategia sistemática para atraer a menores de territorios vulnerables. Según Indepaz, los grupos armados usan las redes sociales como nuevas zonas de reclutamiento, sustituyendo los métodos tradicionales por videos virales que prometen poder, dinero y reconocimiento.
“Decir que nunca ha habido reclutamiento de menores es una mentira. Pero ahora se ha intensificado muchísimo. Los jóvenes están siendo atraídos desde sus celulares”, advierte un líder social del Cauca. La ONG documentó 85 cuentas vinculadas con estas estrategias, de las cuales el 71,4 % operaban desde ese departamento. Los frentes más activos son el ‘Jaime Martínez’, el ‘Carlos Patiño’ y el Bloque Occidental ‘Jacobo Arenas’.
Las cuentas suelen modificar nombres, usar emoticones o escribir mal las palabras clave para evadir los filtros de las plataformas. Aun así, logran un alcance masivo: un informe de inteligencia conocido por El Tiempo calcula que 63 perfiles relacionados con grupos armados acumulan más de 231.000 seguidores y 2,6 millones de interacciones.

El reclutamiento digital no deja huellas evidentes: no hay números de contacto ni ubicaciones claras. Todo ocurre en entornos privados de chat, donde se ofrecen motos, dinero, comida o incluso tratamientos dentales para seducir a menores. Una vez atraídos, son contactados por mensajería directa, evaluados y finalmente trasladados a zonas de instrucción armada.
Scott Campbell, representante de la Oficina del Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos en Colombia, aseguró que las denuncias sobre el uso de redes sociales para reclutar niños fueron elevadas a Meta y TikTok. “Estas empresas no han invertido los recursos necesarios para prevenir que sus plataformas sean usadas para este delito. Deben asumir su responsabilidad y reparar el daño”, afirmó.
Desde las comunidades afectadas, la situación es aún más alarmante. Edwin Mauricio Capaz, coordinador del área de Derechos Humanos del Consejo Regional Indígena del Cauca (Cric), señaló que el fenómeno ha desbordado toda su capacidad institucional. “Por cada niño que rescatamos, cinco más son reclutados. Es una lucha desigual contra el poder criminal y las estrategias digitales de los grupos armados”, dijo.
La Defensoría del Pueblo registró 409 casos de reclutamiento en 2024, un aumento del 20 % frente al año anterior. Cauca, Nariño, Caquetá, Villavicencio y Tolima encabezan la lista de regiones más afectadas. En Antioquia, el ‘clan del Golfo’ ofrece pagos de hasta tres millones de pesos a jóvenes de comunas vulnerables de Medellín y municipios como Cáceres o Tarazá.

Las niñas enfrentan un doble riesgo: además de ser reclutadas, muchas son sometidas a explotación sexual. “El grupo nos ofrecía dulces y luego nos violaba. Después se burlaban de nosotras”, relató una adolescente a Naciones Unidas. En otros casos, los reclutadores utilizan escuelas rurales para acercarse a sus víctimas, entregando kits escolares o instalando “peajes comunitarios” para normalizar su presencia.
Una vez captados, los menores pasan por tres fases: vinculación, entrenamiento y distribución. Algunos son usados como informantes o raspachines, otros como escoltas de cabecillas y los más hábiles terminan convertidos en francotiradores o explosivistas. La crueldad del proceso incluye torturas psicológicas y prácticas extremas para “graduarse” como guerrilleros.
El uso de redes sociales ha transformado el reclutamiento en un fenómeno invisible, viral y difícil de rastrear. Y mientras los grupos armados perfeccionan su narrativa digital, el Estado sigue sin ofrecer alternativas reales a los niños que, desde la pobreza, ven en TikTok la promesa de una vida distinta.









