Por: Hugo Fernando Cabrera Ochoa
Cuentan que en una oportunidad iba un caminante por una carretera de “auto stop o echando dedo”, y llevaba ya varias horas sin que alguien le diera un aventón, por lo menos un tramo así fuera corto, hasta que, por fin, cuando iba a cumplir las cinco horas caminando, vio que se acercaba un vehículo al que de manera entusiasmada le hizo la seña para que lo llevara, con tan buena suerte que la persona que conducía se detuvo y le invitó a seguir a bordo.
El carro era conducido por un hombre serio quien solamente saludó al comienzo y no volvió a emitir palabra, ni siquiera para preguntar hacia dónde se dirigía su nuevo y único pasajero, y éste, ante la actitud del conductor tampoco se animaba a emitir palabra, de tal manera que comenzó a cavilar acerca de cómo iniciar una conversación y romper el hielo, con el fin de aprovechar el mayor tiempo posible el transporte, así que empezó a reflexionar: “¿Será que le hablo de fútbol? pero qué tal que yo le hable del Real Madrid y él sea del Barcelona, se enoje y me baje; mejor no le hablo de fútbol. Luego pensó, ¿Será que le hablo de política? pero qué tal que yo le hable bien de Petro y éste señor resulte ser Uribista recalcitrante y me tire de un sopetón del vehículo, mejor no le hablo de política. Más adelante volvió a pensar, ¿será que le hablo de comida? pero supongamos que le hable de carnes y este señor sea vegano y también se indigne y me saque corriendo de su transporte; entonces concluyó que más bien no le hablaría de comida.
El joven quería de alguna forma romper el silencio para conectar con el que por fin le había hecho el favor de transportarlo, pero en cada oportunidad que pensaba sobre qué tema dialogar, siempre saltaba “un pero”, y ante el temor de regresar a la vía para continuar el camino a pie, mejor no corría el riesgo, sin embargo, tenía claro que encontrar el tema de diálogo era vital para avanzar, de tal manera que se lanzó al ruego y le digo: ¿Pues sí, ¿no? Y el hombre voltea su rostro hacia él con cara de pocos amigos y le responde: ¡Pues no y se me baja!
Así estamos hoy en día, que caminamos como en aquel poblado en el que la gente llevaba la ruana en rastra y el machete al cinco, para ver quién pisaba la ruana para desenfundar su sable e iniciar la riña; de allí que haya tanta violencia física y de palabra. Cada día, más y más, la gente ha perdido el amor por el bien más sagrado que es la vida, sobre todo por la vida de los demás, y esa ausencia de respeto por la existencia humana es la causante de la belicosidad o falta de tolerancia.
Estoy seguro que para poder mejorar es fundamental tener conciencia de la necesidad de ser más comprensivos, de aceptar que no todos pensamos igual, que no todos tenemos la misma capacidad intelectual o económica, que no todos creemos en lo mismo y que por cosas de la vida podemos ser diferentes en casi todo.
Cierro con la siguiente frase de Voltaire, “Todos estamos llenos de debilidades y errores; perdonémonos recíprocamente nuestras tonterías: es ésta la primera ley de la Naturaleza”.








