En el Guaviare, los campesinos viven bajo la presión de las disidencias de las Farc, que han reemplazado los panfletos por mensajes de voz y texto en WhatsApp para intimidar, extorsionar y controlar comunidades. La disputa entre “Calarcá” e “Iván Mordisco” muestra cómo la guerra también se adapta a la era digital.
DIARIO DEL HUILA, ENFOQUE
En Colombia, la violencia se transforma al mismo ritmo que la tecnología. Lo que antes eran panfletos y citaciones escritas hoy se ha convertido en mensajes de texto, audios y hasta videollamadas de WhatsApp. En el Guaviare, la disputa territorial entre las disidencias de las Farc que siguen a “Iván Mordisco” y las que responden a “Calarcá” ha puesto a los campesinos en medio de una guerra que ya no se libra únicamente en las veredas y selvas, sino también en las pantallas de los teléfonos móviles.
Una investigación publicada por el medio Vorágine revela que la modernización de los métodos de intimidación y extorsión ha profundizado el control social sobre la población. Los campesinos entrevistados describen cómo han dejado de recibir panfletos en sus viviendas: ahora las amenazas llegan a través de mensajes personalizados en WhatsApp, enviados directamente por los hombres de “Jimmy Martínez”, nuevo cabecilla de las disidencias de “Iván Mordisco” en el Guaviare.
Extorsiones en línea
Los mensajes no se limitan a intimidaciones. Las estructuras criminales exigen pagos regulares que van desde “contribuciones solidarias” hasta sumas elevadas de dinero para permitir el paso de vehículos y mercancías. En algunas zonas, las comunidades han instalado improvisados “peajes” en las vías: 2.000 pesos para motos, 5.000 para carros particulares y hasta 50.000 para mulas y volquetas de doble troque.
El control económico se ha vuelto tan sofisticado que los grupos armados manejan, a través de WhatsApp, censos detallados de animales y hectáreas de terreno de cada familia. Con esta información, establecen el monto de las extorsiones y aplican castigos en caso de desobediencia.
“Por las noches me da la pensadera, porque cuando no es un lado, es el otro”, relata un campesino que pidió reserva de su nombre. El temor es constante: si cumplen con las exigencias de un frente, pueden ser castigados por el rival; si se niegan, el riesgo de represalias es inminente.
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El poder de las redes sociales
Las disidencias han encontrado en WhatsApp y otras redes sociales una herramienta de control mucho más efectiva que los métodos tradicionales. A través de grupos y mensajes directos, citan reuniones obligatorias, prohíben contactos con estructuras rivales y vigilan a los líderes sociales.
Incluso, para evitar suplantaciones, algunos cabecillas recurren a videollamadas, una forma de confirmar su identidad ante las comunidades y reforzar la intimidación. “Acá estamos pensando en el después de la participación. Porque uno va a esas reuniones y siempre hay infiltrados del otro lado”, asegura un líder social del Guaviare, quien afirma que muchos han dejado de asistir a estos encuentros por miedo a represalias.
La investigación señala que el contacto permanente a través de la tecnología ha permitido un control “más personalizado” de los campesinos, pues cada mensaje o llamada implica un recordatorio directo de que los guerrilleros saben quiénes son, dónde viven y qué poseen.
Campesinos en el medio del fuego
La división interna de las disidencias, lejos de aliviar la presión, ha intensificado el conflicto. Los hombres de “Calarcá” buscan recuperar territorios dominados por “Iván Mordisco”, lo que convierte a la población en blanco de exigencias cruzadas. En muchos casos, los jefes guerrilleros obligan a los propios líderes sociales a recolectar el dinero de las extorsiones, poniéndolos en una situación de riesgo extremo.
Las comunidades campesinas, que ya enfrentan precariedades por la ausencia estatal y la falta de infraestructura, ahora deben lidiar con la guerra digitalizada que se libra desde sus celulares. Las noches en el Guaviare están marcadas por la incertidumbre: un nuevo mensaje puede significar una amenaza, una citación obligatoria o la confirmación de que alguien en la vereda fue castigado por desobediencia.
Una deuda histórica del Estado
El panorama refleja una deuda vigente del Estado en regiones como el Guaviare. Mientras las comunidades siguen reparando vías con recursos propios y organizando “peajes” para mantener la movilidad, los grupos armados consolidan su poder mediante el uso de la tecnología.
La paradoja es evidente: donde no llegan las instituciones, sí llega la cobertura de internet, y con ella el control férreo de estructuras armadas que han entendido que la guerra en el siglo XXI también se libra con datos móviles y aplicaciones de mensajería instantánea.

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