Diario del Huila

Pleitesía y política: una relación equivocada

Ago 7, 2025

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Por: Ramiro Andrés Gutiérrez Plazas

ramirogupl1986@gmail.com

Ahora que se aproximan las elecciones parlamentarias, resulta curioso y en cierto modo indignante, ver cómo personas que durante años fueron completamente invisibles, de repente aparecen por todas partes saludando con entusiasmo, cargando niños, besando señoras, comiendo en platos desechables, invitando a tomar café, contestando todas las llamadas y, como si fuera poco, aprendiéndose los nombres de todos los miembros de una familia. Lo triste es que, una vez pasan las elecciones, todo vuelve a la normalidad: ya no responden llamadas, ya no saludan, y si te vi, ni me acuerdo.

También es muy común ver como en Colombia se ha distorsionado la relación entre los ciudadanos y sus dirigentes. En lugar de exigir rendición de cuentas, muchos rinden pleitesía a políticos y funcionarios públicos, cuando son ellos quienes deberían servir al ciudadano. ¿Por qué sucede esto? ¿Por qué tanta sumisión hacia quienes deberían ser servidores?

Una de las respuestas puede estar en la forma en que se hace política en Colombia. En un país con grandes brechas sociales y pocas oportunidades, el Estado se convierte en uno de los principales empleadores. Y así, los votos terminan siendo intercambiados por favores burocráticos, contratos o empleos. La política se convierte en clientelismo, y los ciudadanos, en instrumentos.

Hace poco conversaba con un amigo estadounidense que, entre risas, me confesaba su sorpresa al notar que en Colombia todo el mundo parece tener un doctorado. Al principio pensó que estaba rodeado de académicos. Luego entendió que aquí le decimos “doctor” a cualquiera: al concejal, al jefe, al político, al gerente, al amigo con corbata… En nuestro país, ese título se ha popularizado como una muestra de respeto o poder, aunque la mayoría de quienes lo ostentan no tienen un doctorado. De hecho, según cifras de Colciencias, en Colombia hay solo 5,6 doctores (con título académico real) por cada millón de habitantes. El contraste entre la realidad y el uso del término es tan grande que raya en lo absurdo.

En ese sentido, vale la pena rescatar iniciativas como la de la Alcaldía de Cali en el 2016, que lanzó la estrategia «Tenemos Nombre», eliminando títulos como “doctor” o “señor” en las comunicaciones oficiales. La idea era promover la cercanía, la igualdad y el respeto entre ciudadanos y servidores públicos, usando el nombre propio como símbolo de horizontalidad.

Mi invitación es simple pero urgente, tomemos conciencia del poder que tenemos como ciudadanos. Cada voto que emitimos define el rumbo del país durante al menos cuatro años. No se trata solo de elegir al más visible, al más simpático o al que mejor sepa fingir empatía. Se trata de escoger a personas dignas de ocupar una dignidad. A quienes entiendan que están ahí para servir, no para ser servidos.

Solo cuando dejemos de idolatrar a los dirigentes y empecemos a exigirles como debe ser, la política dejará de ser espectáculo y volverá a ser herramienta de transformación. Votemos con conciencia.

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