Diario del Huila

Colombia fragmentada: Cuando la polarización impide la esperanza

Jun 17, 2025

Diario del Huila Inicio 5 Opinión 5 Colombia fragmentada: Cuando la polarización impide la esperanza

Por: Johan Steed Ortiz Fernández

Colombia no está rota desde ayer. Está fragmentada desde siempre. Desde que comenzó su historia como república independiente, ha caminado entre guerras civiles, magnicidios, exterminios políticos, carteles, masacres y desplazamientos. Dos siglos de conflicto nos recuerdan que este país jamás ha vivido en paz. Cada época ha tenido su tragedia, cada generación su propia guerra.

¿Desde cuándo estamos rotos? ¿Desde el Bogotazo, desde la masacre de la Unión Patriótica, desde la toma del Palacio de Justicia? ¿O más atrás, desde la Guerra de los Mil Días, desde la separación de Panamá, desde las guerras civiles del siglo XIX? La verdad es que llevamos más de 200 años de conflicto continuo. Y quienes hoy insisten en que “Petro no llegará al 2026” olvidan que nunca hemos conocido un país en calma. Colombia no extraña la paz; la está esperando desde que nació.

Hoy, sin embargo, la herida no solo sangra por la violencia, sino también por la polarización. El debate público se ha reducido a una sola pregunta: ¿eres petrista o antipetrista? Todo lo demás ha sido silenciado por el ruido asfixiante de los extremos. La oposición, sin relato ni esperanza, se aferra a la rabia y a pactos oscuros, mientras Petro a pesar de las reformas truncadas y los escándalos, sigue sosteniéndose en una base viva que lo escucha hablar de dignidad, justicia social y redistribución; especialmente los jóvenes urbanos, que por primera vez sienten que alguien les habla directamente.

Figuras como Benedetti o Roy Barreras, más allá de sus sombras, han entendido algo que la derecha no: la política necesita calle, conexión y relato. En cambio, el establecimiento opositor habita en una burbuja, ciego al país real, sin propuestas, sin alma. Rechazan todo, pero al colombiano de a pie no le ofrecen nada. Mientras tanto, Petro impone decretos como el 0572, adelantando retenciones fiscales sin pasar por el Congreso, golpeando de forma exprés la liquidez de empresas, pymes y asalariados. La democracia se tensa, pero el Congreso no responde: solo observa, se quejan cuando se les acaba la mermelada y callan cuando la comen.

Lo más alarmante es la seguridad. El atentado contra el senador Miguel Uribe reabrió los fantasmas del magnicidio. En el Catatumbo, el ELN y disidencias de las FARC dejaron más de 100 muertos y 50.000 desplazados. La ministra Juana Afanador lo resumió con crudeza: son civiles inocentes atrapados en una guerra que no pidieron, niños que no tienen escuela, comunidades enteras borradas del mapa. Desde 2022, los actos terroristas aumentaron en un 50 %. Pero el Congreso permanece inmóvil y tampoco interpreta la realidad. No hay liderazgo, solo gritos.

El panorama hacia 2026 es sombrío. Si la oposición sigue sin ideas, seguirá perdiendo terreno. Si el Gobierno no logra traducir sus discursos en resultados reales, también fracasará. Pero aún queda una posibilidad: que surja un proyecto con relato claro, con empatía real por el ciudadano, con propuestas que abracen a un país cansado de sobrevivir.

Colombia está herida, sí. Pero no es inviable. La historia nos ha enseñado que, incluso en la noche más oscura, hay luces que no se apagan. Para que esas luces crezcan, necesitamos valentía, acuerdos reales y un pacto ciudadano que ponga la vida por encima del cálculo político. Que no elijamos el rencor, sino la reconstrucción.

Este Día del Padre, cuando recordamos lo que significa proteger, criar y cuidar, duele aún más pensar en un país que no protege ni a sus hijos ni a sus líderes. Todos los colombianos de bien acompañamos con esperanza la recuperación de Miguel Uribe, pero también exigimos que nadie más tenga que ser víctima para que entendamos la urgencia de un cambio que nos lleve por el camino del éxito, no uno que nos haga retroceder o permanecer estancados.

Y por eso la Marcha del Silencio no fue solo una caminata. Fue un grito callado de millones de colombianos que se resisten a normalizar la muerte, que marchan por sus hijos, por sus hermanos, por sus amigos que ya no están. Una marcha sin colores partidistas, sin odios, sin divisiones. Una marcha para decirle al país político que no aceptamos más excusas, que queremos vivir en paz y con justicia social.

Porque si este país aún tiene salvación, vendrá de la gente que camina en silencio, pero con firmeza. De quienes ya no quieren gritar más desde trincheras ideológicas, sino construir desde el dolor compartido.

Colombia no necesita más discursos, necesita vida. Y por ella, se marcha en silencio.

Tal vez te gustaría leer esto