Por: Johan Steed Ortiz Fernández
Colombia es un país de regiones, y en cada una de ellas florecen culturas y saberes que definen nuestra identidad. En el Tolima Grande, Huila y Tolima, el alma de nuestra tierra se expresa en la música, el arte, la gastronomía y las tradiciones que se heredan de generación en generación.
En el Huila, la rajaleña y la copla picaresca, acompañadas por instrumentos como la tambora, el cien patas, el chucho, la esterilla, la puerca (o zambumbia), el tiple y la guitarra, han sido por décadas el eco de una cultura viva. Nuestra gastronomía, con el asado huilense, el tamal, el sancocho de gallina campesina, los bizcochos de achira y bebidas como la chicha, la mistela, el aguardiente Doble Anís o el jugo de cholupa, complementan ese universo simbólico que nos define.
Espacios como el malecón del río Magdalena, el monumento a la Gaitana, el antiguo pueblito huilense, la avenida Inés García de Durán y los ocho pasos del Sanjuanero son testimonio de nuestra herencia. Una ciudad, Villamil, que fue cuna de creadores, de compositores, de duetos memorables y de una historia que se baila y se canta.
Recordamos las cabalgatas de damas sentadas, con trajes típicos campesinos, los concursos intercolegiados de danza, canto y rajaleña, donde nacía el amor por lo nuestro desde la infancia. Se celebraban concursos de composición y de rajaleñas. Nombres como José Antonio Cuéllar ‘Rumichaca’, Luz Stella Luna, Jesús Antonio ‘Tuco’ Reina, Aires de Piedra Pintada, Gustavo Córdoba, Alexander Pastrana, la Séptima Dimensión, Grupo Baché, y muchos más, marcaron época dorada de nuestra cultura.
Figuras como Jorge Villamil, Álvaro Córdoba Farfán, los duetos Silva y Villalba, Los Tolimenses, Garzón y Collazos, y las escuelas de música del conservatorio departamental, nutrían una identidad colectiva basada en el arte. Hombres y mujeres que, con sus aportes, ayudaron a consolidar una narrativa cultural huilense que trascendió lo local para llegar al país entero.
Para muchos, el San Pedro, sigue siendo “la fiesta mayor del Huila”, pero para quienes crecimos celebrándolo entre calles polvorientas, rajaleñas y asados huilenses, esta fiesta ya no es la misma. Recuerdo a las familias cogiendo puesto en el andén, sombrilla en mano, esperando ver a los taitapuros, mohanes o poiras recorriendo el desfile entre risas y asombro. Esa era una fiesta compartida, sin palcos ni privilegios. Era de todos. Y eso la hacía grande: no tenía dueño.
Pero algo se ha quebrado. Lo que antes eran expresiones del alma del pueblo hoy han sido desplazadas por festividades ruidosas, vacías de sentido, llenas de cerveza, espuma, rancheras, reguetón y vallenato. Se impone la comercialización por encima de la tradición. Las cabalgatas se volvieron escenarios que promueven el maltrato animal, donde la gran mayoría no son los dueños de los caballos, y con licor de por medio, se olvidan que andan sobre un ser que vive y siente. Por
Eso en 2022 y 2024 se intentó regularlas en el Concejo de Neiva este tema, pero los proyectos se frenaron apenas se habló de prohibir el licor durante estos eventos. En el caso más reciente, un concejal que dice ser de oposición, saboteó el debate con otros nueve colegas. Lo más curioso es que algunos días aparecieron en redes “preocupados” por los caballos. ¿Con qué cara? Si fueron ellos mismos los sinvergüenzas que hicieron caso de un asesor de no presentarse para que el proyecto quedara archivado. La falta de coherencia también es enemiga de la tradición.
Lo cierto es que regular las cabalgatas no es un capricho nuestro. El 65% de los neivanos cree que las cabalgatas no deben seguir. No se trata de eliminarlas, sino de regularlas: sin licor, en horarios distintos al desfile, y con medidas claras para preservar la integridad de los animales.
Pero no solo las cabalgatas han desvirtuado la esencia del San Pedro. La explotación del espacio público también. Se privatizan las muestras culturales con palcos convertidos en negocios, y se contratan artistas por sumas millonarias que ni entienden ni representan el folclor huilense.
Mientras tanto, los verdaderos gestores culturales son ignorados, desnaturalizando la esencia de nuestras festividades. Las instituciones culturales han perdido protagonismo. Las escuelas de formación se marchitan. Y los valores que durante generaciones nos unieron como pueblo, se diluyen entre la comercialización y la fiesta. ¿Cómo construir cultura si no se respeta a quienes la sostienen? De ahí que no era loca la idea, hace unos días, de dividir el Festival Folclórico de los Reinados, pues solo así se preservaría mejor la tradición.
Lo peor de este panorama, es que tampoco es que nuestra economía mejore. Según una encuesta de Cámara de Comercio del Huila, solo el 63% de los comerciantes subieron sus ventas entre un 5% y 10%; mientras que el 78% no generó empleo, y el 37% tuvo pérdidas.
Aunque el 92% de la gente percibe algún beneficio, estos se concentran en ventas informales y restaurantes. Es decir, no hay dinamismo estructural, sino un impulso temporal económico.
Recientemente la Alcaldía firmó un contrato por $1.700 millones con el Fondo Mixto para promocionar el festival, y según el alcalde en comercialización van a recaudar este año, más de $650 millones. Esperamos que con estos recursos se fortalezca el folclor y haya mejor trato para los gestores culturales con pagos a tiempo y se subsanen los errores del año pasado.
Al final lo que se quiere y se debe buscar es que el San Pedro cada año sea mejor, y que genere beneficios para todos. Que al final en el balance, no luzcan más los accidentes, el licor y discursos vacíos.
No es solo nostalgia. Es memoria. Y la memoria es política. Y es deber de todas las autoridades, artistas, maestros, gestores y ciudadanos, recuperar la fiesta para el pueblo. Que el San Pedro vuelva a ser del barrio, de las juntas de acción comunal, de la vereda, de la familia, del niño que ensaya el Sanjuanero, de la abuela que prepara achiras, del músico que le canta a su tierra y de la soberana que representa nuestro folclor.
Como decía Luis Alberto Fierro:
“Péguese la rodadita” … pero siendo un ejemplar ciudadano que defiende su cultura.








