Diario del Huila

¿De Guatemala a Guatepior?

May 14, 2025

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Carlos Yepes A.

La Ruta de la Seda se vislumbra como una gran oportunidad comercial, de hecho, más de veinte países latinoamericanos ya han firmado memorandos de entendimiento con China.  Colombia, de manera prudente para algunos y tardía para otros, apenas está definiendo su participación. Deja incluso para muchos la sensación de que nos estábamos quedando del tren de la historia y hasta ahora comenzamos a tomar decisiones sobre nuestra integración a un proyecto que podría marcar el curso del comercio global en el siglo XXI.

Bajo esta nueva realidad, lo más conveniente es analizar objetiva y estratégicamente el alcance de esta decisión y si marca o no una nueva relación de dependencia. No podemos hacer a un lado la experiencia vivida y acumulada con los Estados Unidos. Recordamos momentos poco gratos relacionados con el Banco mundial y el Fondo Monetario Internacional, especialmente durante los años ochenta y noventa, de las llamadas “recetas” del FMI que pretendían garantizar el pago de las deudas sin importar el costo social de sus políticas que finalmente terminaron abriendo profundas brechas de pobreza y desigualdad que incluso aún persisten. Fue tanta la crisis, que, en medio de ésta, surgieron propuestas tan excéntricas como la de Pablo Escobar, quien ofreció pagar la deuda externa de Colombia a cambio de beneficios jurídicos.

El debate que está haciendo curso en los medios y las redes pareciera estar forzando a decidir entre dos opciones excluyentes: Estados Unidos o China. Colombia no tiene que sentirse obligada a tomar partido en un nuevo escenario de Guerra Fría, estamos en un mundo actual multipolar, complejo y lleno de interdependencias, no podemos caer en el sofisma de pretender reducir las relaciones internacionales a un falso dilema entre “buenos y malos”, debemos entender que hoy las relaciones comerciales ya no se trazan solo desde Washington, Bruselas o Londres, sino también desde Beijing, Shanghái y Nueva Delhi y en este nuevo contexto ni Estados Unidos es el garante absoluto de la democracia en la región, ni China viene con cheques en blanco. Ambos actores tienen intereses, condiciones y límites. Lo importante no es elegir entre uno y otro, sino entender si estamos preparados para no quedarnos por fuera del nuevo mapa económico mundial ya que este es un momento histórico, definitivo y estratégico para el país. Es una coyuntura donde se redefine el equilibrio geoeconómico global, y donde los países que no actúan con visión a largo plazo, corren el riesgo de quedar aislados, marginados o subordinados a intereses ajenos sin capacidad de negociación real.

Ahora, es cierto que China ofrece ventajas indiscutibles: financiamiento para infraestructura, acceso a su inmenso mercado consumidor, cooperación tecnológica, y un dinamismo económico que no muestra señales de desaceleración estructural. Pero también hay antecedentes que nos obligan a la cautela: acuerdos poco transparentes, cláusulas que comprometen recursos naturales, endeudamientos excesivos, y un modelo de cooperación que ha sido criticado por imponer condiciones más duras que las occidentales, aunque disfrazadas de pragmatismo.

Estados Unidos, por su parte, ha sido nuestro socio tradicional. Comparte con nosotros valores como la democracia liberal, la protección de derechos humanos y la institucionalidad. Pero también nos ha impuesto políticas duras en materia comercial, ha condicionado ayuda a cambios internos, y ha tenido una relación asimétrica con América Latina que en muchos casos ha ignorado nuestras realidades sociales y culturales.

Por estas razones y frente a un memorando de entendimiento con China, que se va a firmar, necesitamos redefinir nuestra política exterior, donde la prudencia deber ser una virtud y la estrategia una necesidad. No podemos tomar una decisión de “escritorio”, ni poner una firma sin debate, se necesita convocar a un amplio diálogo social, técnico, transparente, que incluya al Estado, los gremios de la producción, la academia y por sobre todo los territorios.

Entramos entonces en un punto de inflexión, donde no caben las decisiones impulsivas sino reflexivas, de análisis comparado y de construcción colectiva de nuestro futuro. Ingresar a la Ruta de la Seda significa sin duda ampliar opciones. Es dejar de depender de una sola puerta para abrirnos al mundo con múltiples llaves. Si lo hacemos con inteligencia, con transparencia y con una estrategia clara de defensa del interés nacional, Colombia puede insertarse con dignidad y protagonismo en el nuevo orden global.

Por eso, desde este espacio hago la invitación a la bancada parlamentaria, al gobierno departamental, al consejo gremial, la academia y demás fuerzas vivas del Huila a liderar, para el surcolombiano, un proceso de consenso regional con un alcance nacional serio, con mesas de análisis que integren a los sectores exportadores, industriales, agrícolas, tecnológicos, académicos y financieros. Este es un debate que no puede quedarse en Bogotá, en la Cancillería ni en Palacio; debe darse también en los territorios, donde el impacto real de estas decisiones se sentirá en empleo, inversión, comercio y soberanía.

No se trata entonces de mostrar amor eterno hacia Estados Unidos ni de temerle a China. Se trata de actuar con inteligencia, de aprender de los errores del pasado, cuando nos endeudamos sin condiciones claras o abrimos mercados sin proteger los nuestros. Hoy podemos y debemos relacionarnos con ambos, pero sin perder el centro: nuestro interés nacional, nuestra soberanía económica, nuestra dignidad política.

Y esa será, sin duda, la diferencia entre construir “un acuerdo para vivir mejor”, un futuro de integración inteligente o confirmar que, efectivamente, “salimos de Guatemala… para entrar en Guatepior”.

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