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Excomunión, el castigo máximo para quienes rompan el secreto del Cónclave

May 6, 2025

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Desde ascensoristas hasta ceremonieros, pasando por médicos, técnicos, cocineros y la propia Guardia Suiza, todos aquellos que participarán, directa o indirectamente, en la elección del próximo Papa, han iniciado el solemne juramento de confidencialidad.

El silencio es ahora norma, y la ruptura, pecado mayor: la excomunión es la pena reservada a quien viole esta promesa sagrada.

El acto es discreto, sin cámaras ni periodistas, pero profundamente significativo. Uno a uno, los involucrados en el proceso del Cónclave —eclesiásticos y laicos— son instruidos sobre la gravedad de lo que están a punto de jurar ante el camarlengo Kevin Farrell. Luego, pronuncian y firman una fórmula que los compromete, de por vida, a no revelar jamás lo que vean o escuchen en torno a las votaciones que elegirán al nuevo Pontífice.

“Prometo y juro observar absoluto secreto… a perpetuidad”, dice la fórmula del juramento. Y añade con firmeza: “Prometo abstenerme de utilizar cualquier medio de grabación, audición o visualización… en particular, de cualquier cosa relacionada directa o indirectamente con las operaciones conectadas con la elección misma”.

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Con este acto, se sella la primera página del Cónclave número 76 en la historia de la Iglesia y el vigésimo sexto que se celebra bajo los frescos de la Capilla Sixtina. A partir de este miércoles 7 de mayo, los 133 cardenales electores ingresarán solemnemente al recinto donde, una vez cerrado con llave, no podrán salir hasta haber alcanzado un consenso sobre quién será el próximo Papa. No hay favoritos claros. No hay certezas. Solo el murmullo de la oración y el escrutinio secreto decidirán.

Ese mismo miércoles, tras la entrada formal de los cardenales en la Capilla Sixtina por la tarde, uno a uno también ellos prestarán juramento. Cuando el último lo haya hecho, el maestro de las celebraciones litúrgicas, monseñor Diego Ravelli, pronunciará las dos palabras que sellarán el inicio oficial del Cónclave: Extra omnes —“todos fuera”—, excluyendo a cualquier persona ajena al proceso.

Antes de que comience la primera votación, el predicador de la Casa Pontificia, el cardenal Raniero Cantalamessa, ofrecerá una meditación final a sus hermanos electores. Será su última intervención pública en ese recinto sagrado tras cuatro décadas de servicio. Luego, abandonará junto a Ravelli la Capilla, y comenzará el escrutinio.

El cardenal Pietro Parolin presidirá esta fase histórica en ausencia del decano, el cardenal Giovanni Battista Re, de 91 años. El mundo, mientras tanto, esperará fuera, en silencio, ante una puerta cerrada cum clave —con llave—, tal como manda la tradición.

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