Ruber Bustos Ramírez
Como pequeño caficultor del centro del departamento de Huila, hoy quisiera dedicar estas palabras a hacer una evaluación de lo que han sido los dos últimos años de la Gerencia General de la Federación Nacional de Cafeteros de Colombia. Sin embargo, hay un tema igual de importante: abrigar con esperanza el inicio de la cosecha principal del primer semestre de 2025.
Esperamos recolectar más de 392.500 cargas en 22 municipios, donde tradicionalmente se concentra la cosecha gracias al esfuerzo de 24.000 recolectores, pero no olvidemos que, en el sur, también habrá cosecha con un pepeo o mitaca, más grande que en años anteriores. Y aunque ver el grano maduro en los cafetales alegra el alma, no podemos ignorar que aún no contamos con todas las garantías necesarias para sostener esta labor con dignidad.
Las deudas siguen pendientes. La seguridad, más frágil que nunca. No se puede negar lo que está pasando: la delincuencia común y organizada ha ganado terreno, con llamadas extorsivas que nacen incluso desde las cárceles, sembrando miedo entre quienes solo queremos trabajar.
También hay una deuda profunda con la educación financiera de los caficultores. Muchos aún no saben manejar un cajero o hacer una transacción electrónica. Y sin esa preparación, cargar dinero en efectivo se vuelve una condena. Estamos en desventaja frente a una realidad que avanza más rápido que la atención que se nos da.
Lo mismo ocurre con las vías. Sin carreteras dignas no hay cosecha que avance. La movilidad se convierte en obstáculo: no llegan los recolectores, no suben las cargas, no hay forma de sacar el fruto del trabajo. Esta situación es insostenible y, lo decimos con respeto, pero con firmeza, exige más que discursos. Tampoco podemos seguir expuestos a la falta de competitividad cuando a u pequeño grupo de personas se les da por cerrar una vía nacional. Entendemos que existen canales para exigir derechos, reclamar cumplimiento de acuerdos y exigir presencia del Estado. Pero no entendemos —ni aceptamos— que siga habiendo tanta permisividad frente a quienes cierran corredores estratégicos y bloquean la movilidad de personas y carga. ¿Se imaginan lo que significa tener retrasos en la entrega de café a un cliente internacional? ¿O que los fertilizantes no lleguen a tiempo para nutrir la cosecha? Eso no solo afecta a quien protesta: nos afecta a todos.
Valoramos lo logrado, claro que sí. Sabemos que hay esfuerzos institucionales y avances importantes. Pero el trabajo debe ser constante y coherente. No se puede hablar de exportaciones y cifras récord si aquí en el campo seguimos aguantando con lo mínimo.
Se necesita mirar al caficultor más allá del símbolo, más allá de la foto. Necesitamos políticas que lleguen al territorio, que entiendan las realidades locales y que de verdad mejoren nuestras condiciones. No solo sembramos café. Sembramos familia, futuro, comunidad. Y por eso necesitamos que esta cosecha venga acompañada no solo de grano, sino de soluciones.
Esta es la esperanza que abriga esta cosecha: que lo que recojamos no sea solo producto de nuestro trabajo, sino también de un compromiso real con quienes hacemos posible que el café de Colombia siga siendo orgullo nacional.








