Por Alfredo Vargas Ortiz
Abogado, Docente de la Universidad Surcolombiana
Doctor en Derecho, Universidad Nacional de Colombia
El próximo 24 de abril, la Universidad Surcolombiana se enfrenta a un momento crucial. Más allá de una simple jornada electoral, este día representa una verdadera encrucijada histórica: o cambiamos de rumbo y recuperamos la dignidad institucional, o seguimos hundiéndonos en el pantano de la politiquería y la corrupción.
Durante años, nuestra alma máter ha sido víctima de la captura sistemática por parte de castas políticas que ven en la universidad no un espacio para la formación, la investigación o la proyección social, sino una caja menor desde la cual alimentar sus intereses. Lo que está en juego no es solo una elección, sino el destino mismo de una institución que debe ser ejemplo de ética, civismo y construcción democrática.
Las campañas internas han dejado en evidencia el nivel de descomposición política: enfrentamientos sin escrúpulos, estrategias de desprestigio y el desprecio absoluto por las normas básicas de convivencia. Todo vale, parece ser el lema de quienes quieren quedarse con el «botín» de un presupuesto millonario, a costa de la academia, de los estudiantes, de los docentes, de todos.
Frente a ese panorama, hay una alternativa legítima, pacífica y profundamente pedagógica: el voto en blanco y la segunda papeleta. Estos mecanismos no son simples formalidades; son herramientas constitucionales para expresar el descontento ciudadano y abrir la puerta a un verdadero proceso de transformación.
El voto en blanco está respaldado por el Acuerdo 021 de 2020 del Consejo Superior Universitario, y la segunda papeleta busca modificar de fondo el perverso mecanismo de elección por terna, que ha convertido la rectoría en un botín político y no en un espacio de liderazgo académico. Se trata, en suma, de devolverle el poder a la comunidad universitaria.
Como docentes, estudiantes y egresados, tenemos el deber moral de actuar con coherencia. No podemos seguir siendo cómplices pasivos. La historia nos exige dar un paso al frente, asumir la responsabilidad de rescatar la universidad y rechazar con contundencia las prácticas que nos han traído hasta aquí.
José Saramago escribió alguna vez que “la lucidez es la capacidad de ver la realidad tal cual es, sin maquillajes ni mentiras”. Esa lucidez debe guiarnos hoy. Solo una comunidad universitaria consciente, organizada y valiente podrá detener el deterioro institucional.
La esperanza es la antorcha que ilumina el camino hacia un futuro mejor. La verdad, aunque silenciada, siempre prevalecerá. La justicia es el cimiento de toda democracia verdadera. La corrupción, en cambio, es el cáncer que corroe las instituciones y destruye la confianza social. Y la educación, lo sabemos bien, es el arma más poderosa para transformar el mundo.
Hoy más que nunca, la comunidad universitaria de la USCO tiene en sus manos un poder liberador y emancipador. Hagamos uso de él. Unámonos con solidaridad, con convicción, con sentido ético. Si logramos alinear lo que decimos con lo que hacemos, podremos recuperar la confianza en nuestra universidad y construir, finalmente, la institución que merecemos.








