Por: Edwin Fernando Pisso Escalante
En la actualidad, el anuncio del Presidente de ECOPETROL sobre «acostumbrarnos a tener un gas costoso» ha desatado una serie de reflexiones sobre la realidad energética de nuestro país. Esta declaración no es casualidad; representa una problemática que hemos venido advirtiendo desde el año anterior y que se ha intensificado en los últimos meses. La insuficiencia de gas que enfrentamos no es solo un inconveniente pasajero, sino una crisis estructural que afecta todos los niveles de la sociedad, desde los hogares hasta las industrias.
La escasez de gas tiene repercusiones directas en el abastecimiento local. Las familias dependen del gas domiciliario para cocinar, los comercios lo utilizan para operar, los vehículos lo requieren como combustible y las industrias lo necesitan para su funcionamiento. Sin embargo, la realidad es que, en muchos municipios, especialmente aquellos de sexta categoría, esta dependencia se enfrenta a la dura verdad de la insuficiencia. La situación se agrava aún más debido a un contexto de decisiones gubernamentales que parecen ignorar las necesidades urgentes de las comunidades.
Es alarmante que, mientras se siguen haciendo proyecciones e inversiones para expandir el suministro de gas a zonas rurales, el aumento en la demanda podría llevarnos nuevamente a depender de combustibles renovables tradicionales, como la leña. Este «retroceso» no solo generaría un incremento en la deforestación, sino que también abriría la puerta a la posibilidad de analizar la viabilidad de proyectos como hornillas ecológicas y el uso de biogás como alternativas sostenibles, tal como lo hemos venido planteando.
La complejidad de la situación está amplificada por la propuesta del Gobierno Nacional de importar gas de Catar como una solución a la crisis. Esta idea, aunque aparentemente ofrece la promesa de precios más razonables, viene acompañada de un sinfín de costos ocultos que podrían perjudicar aún más a los consumidores colombianos. El proceso de transformar gas a estado líquido para su transporte en barcos, seguido por la regasificación en puertos y su inyección en el sistema de gaseoductos, es una cadena logística que a menudo incrementa el precio final del producto en el mercado local. Así, el sueño de un gas más económico se transforma en una pesadilla de costos crecientes.
Además, debemos preguntarnos qué sucedería si estas importaciones no llegan a alcanzar la cantidad necesaria para satisfacer nuestras demandas locales. En ese escenario, ¿qué alternativas quedan? A medida que se intensifica la competencia por recursos limitados en el mercado internacional, es probable que la situación se vuelva aún más crítica.
Es tiempo de actuar y pensar en alternativas innovadoras que no solo resuelvan el problema inmediato del abastecimiento de gas, sino que también apunten hacia un futuro más sostenible y menos dependiente de fuentes externas. Ya hemos visto las consecuencias de una falta de previsión, y no debemos permitir que se repitan. La crisis energética que hoy afrontamos es una oportunidad para replantearnos nuestras prioridades y construir un modelo más resiliente para el futuro energético de Colombia.








