Diario del Huila

La Birkin de Hermès

Abr 17, 2025

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Por: Santiago Ospina López.

No hay un artículo que simbolice más el lujo y la aspiracionalidad que una cartera Birkin de Hermès. No basta con tener la capacidad adquisitiva para comprarla, adicionalmente el cliente debe anotarse en una lista de espera que puede durar entre 1  y 5 años, y es por esto que su precio de venta puede superar los $38.000 dólares, que en pesos colombianos traduce a 150 millones. Y sí, es solo una cartera.

Pero lo interesante no es el precio de la Birkin sino el secreto a voces que acaba de ser develado por diferentes tiktokers de China, a raíz de la guerra arancelaria que mantienen con E.E.U.U.

Los asiáticos afirman que producir una Birkin en sus fábricas cuesta apenas una pequeña fracción de su precio de venta. Las mismas fabricas donde se producen piezas de Hermès mencionan que, utilizando cueros de la misma calidad, herrajes similares y costuras perfectas, pueden maquilar el producto por menos de $1.500 dólares, que representa menos del 4% del costo al que la vende la casa francesa.

Todo esto sucede en plena tensión comercial entre China y Estados Unidos, y varias fábricas del gigante asiático han optado por contraatacar estratégicamente enfocándose en el talón de Aquiles del capitalismo, revelando los enormes márgenes de ganancia que se llevan las marcas de lujo. No por nada Bernard Arnault, dueño de las casas Louis Vuitton y Dior, es la quinta persona más rica del mundo rodeado únicamente de magnates de la tecnología como Elon Musk y Jeff Bezos.

Esta estrategia de los influencers maquilares busca cambiar la narrativa del lujo y su principio de exclusividad, promoviendo que los consumidores compren directamente a fábricas asiáticas, ya que incluso pagando aranceles seguirá siendo mucho más económico que en las casas oficiales manteniendo la misma calidad.

Pero esto no es nuevo para nadie. Desde hace casi tres décadas el mundo se volvió dependiente de la eficiencia manufacturera de China. Empresas como Apple, Tesla, Louis Vuitton, y un larguísimo etc, dependen, en alguna fase de su cadena de producción, de componentes, maquinaria o ensamblaje chino. Incluso las mismas marcas que modelan por las avenidas de París, Tokio y Nueva York han montado sus fábricas de producción allá. Y este juego de márgenes se repite desde el siglo XV, donde las especias que se vendían por fortunas en Europa eran comunes y accesibles en los mercados callejeros de la India. O como pasa aún con la industria de los perfumes.

Y es aquí donde me cuestiono la efectividad de la estrategia de estos influencers a largo plazo. ¿Será que una persona pudiente compraría una cartera Birkin por el 5% de su costo (‘solo’ diez milones de pesos) si esta viniera sin el logo de  Hermès?

Absolutamente no. Lo que se paga no es el  valor o la calidad del producto, sino el relato que este tiene. La Birkin no vale por su cuero, sino por la historia que cuenta Hermès, que garantiza exclusividad y poder a lo largo de los últimos dos siglos. Se podría comprar la réplica de la Birkin en tiendas como Zara aún más barato. Sin embargo, quienes pagan esos valores por estos artículos, quieren compartir el lujo que se pueden dar personajes como Victoria Beckham, Kim Kardashian e incluso reinas como la Princesa Carolina de Mónaco, porque todo se trata de aspiracionalidad.

Es un hecho que el lujo no está en la costura, sino en el deseo. Y los asiáticos lo saben. Basta entrar a una tienda de Louis Vuitton en cualquier ciudad del mundo para ver que está llena, principalmente, de ciudadanos de ese origen. Ellos, que conocen de primera mano las réplicas perfectas, son los primeros que deciden comprar ahí cuando la oportunidad lo permite.

Y esta estrategia, aunque ingeniosa, deja expuesta una herida que los países productores no deberían ignorar. El  respeto por la propiedad intelectual, revelando los proveedores y copiando los modelos puede dañar más a la industria propia que al mismo Hermès. Espantar a desarrolladores de tecnología, de diseño o de innovación al no proteger la creatividad, en un mundo donde la diferenciación vale más que la producción, es una jugada poco estratégica a largo plazo para el proyecto de marca país que tiene el gigante asiático.

Al final, la Birkin es solo un espejo que refleja la obsesión  humana por el estatus; nuestra disposición a pagar por ser diferentes, y ‘mejores’, más que por la neta funcionalidad de un objeto.

Quizá sin la millonaria inversión en locales que tiene Hermès en la Avenue Montaigne de París, o en la Fifth Avenue de Nueva York, o en la calle de Ginza en Tokio, esta cartera no costaría ni siquiera la mitad de a lo que hoy ofrecen su réplica las fábricas asiáticas. Y como empresario, la lección que esto me trae es que en la economía global el poder no está solo en fabricar bonito y barato, sino en saber qué historia se vende, y a qué público se la ofrecemos.

Con el aroma de un café auténtico colombiano, los saludo,

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