Por: GERARDO ALDANA GARCÍA
Como si se impusiese a la máxima de: Nadie escapa al destino, Carlos Lehder, el exnarcotraficante colombiano, regresó del mismísimo infierno con un aire renovado, pese a las décadas que vivió privado de libertad y luz. Buscando parafrasear a Oscar Wilde en su cuento: El Retrato de Dorian Gray, pero sin llegar al infeliz, aunque justo final del impecable Gray, quien luego de un acuerdo mágico de no envejecer, y en su lugar lo hiciese su retrato, dedicó su vida a toda clase de excesos y crímenes, mismos de los que no puede escapar, y, sin imaginar su final, al advertir la desfiguración que sufre su retrato, decide apuñalarlo, destruyéndolo totalmente, mientras los gritos de muerte del propio Gray son escuchados por sus sirvientes que, al acudir al lugar, lo encuentran muerto. El insigne escritor irlandés, de controvertida personalidad que asombró y escandalizó la Inglaterra de finales del siglo XIX, dejó para el mundo, mediante este aleccionador cuento, un poderoso mensaje de renovación de los principios de justicia y armonía, al dar muerte no solo a Dorian Gray, si no también a su retrato, testigo mudo de sus crímenes, los que le recitaba cada vez que el rufián lo visitaba luego de sus pérfidas acciones.
Al escuchar, por estos días al propio Lehder, hablar sobre su experiencia de treinta y tres años preso en cárceles de los Estados Unidos, y, regresar de visita a Colombia proveniente de su otra nación, Alemania en donde ya lleva cerca de cinco residiendo, resulta posible hacer diversas lecturas sobre su vida, incluidas algunas que pueden estar, como diría el propio Oscar Wilde al referirse a un libro: éticamente no es bueno ni malo; simplemente está bien o mal escrito, como dejando espacio a la paradoja que puede ser la vida del excapo de Medellín, reconocido en la década de los 80s por su papel de insuperable comerciante del costoso polvo que invadió ciudades en los Estados Unidos. Ledher, que se prepara para lanzar en la Feria Internacional del Libro de Bogotá – FILBO 2025, su obra: Vida y Muerte del Cartel de Medellín, a sus setenta y cinco años, ya sin el brillo del alocado traficante cuya infancia y juventud fueron delineadas por la cultura americana en donde creció, se presenta ante Colombia, con su piel ajada y una conversa pausada, como reflexionando cada palabra antes de dejarla escapar de su boca, dejándose venir en una serie de argumentos que fluyen serenos, y, aunque evasivos a preguntas del periodista huilense Francisco Arguello, se advierte en él la madurez del hombre adulto martirizado por el tiempo y su implacable ritmo, si no que a la vez deja ver el retrato de un hombre que pareciera haber sido capaz de reconocer sus desaciertos, purgarlos y confesarse sinceramente arrepentido, al tiempo que vende un predicado preventivo dirigido a la juventud, al que simplifica como: ser narcotraficante no es buen negocio; lo que sustenta en las evidenciables y recurrentes realidades de quienes, como él, yacen hoy muertos, o simplemente pobres y adjetivados como lacras de la sociedad.
Este loco, como se le conocía entonces en El Cartel de Medellín, respira un aire de seguridad admirable, y lo hace en un país que supo de su profuso tráfico de drogas y sus funestos relacionamientos con la acerba y sanguinaria figura de Pablo Escobar. Se le advierte confiado no solo en reconocerse a paz y salvo por los crímenes por los que fue condenado, si no por su vocación cristiana, en la que pareciera fundar su arrepentimiento. Al ver fotografías y videos del locuaz cuyabro del Quindío de los 80s, y contrastarlo con el retrato que hoy exhibe a Colombia y al mundo, podría pensarse que, muy al contrario de Dorian Gray, Lehder supo anticiparse al final cantado para los oscuros hombres de tan subyugante profesión, y, lejos de acuchillar su propio retrato, podría haberse vuelto pintor de delicado pincel capaz de redescubrir los trazos desleídos e imágenes desdibujadas de la luz que todo ser humano lleva dentro, y, refaccionar lo que es su vida actual; sencilla, sin el sol de su fugaz isla Norman´s Cay y el paisaje que adivinaba desde una avioneta o una lancha repletas de cocaína; una vida que resume al contestar la pregunta del periodista Arguello sobre, si es un hombre rico: Soy pobre, pero contento. Libre.








