Ruber Bustos Ramírez.
A lo largo de los años, hemos escuchado muchas promesas dirigidas a los caficultores. Planes, proyectos y discursos que, en ocasiones, no se materializan. Sin embargo, cuando las palabras se convierten en acciones concretas, es justo reconocerlo y celebrarlo. Eso es precisamente lo que está ocurriendo con la Federación Nacional de Cafeteros (FNC).
Como caficultor federado, he sido testigo del compromiso tangible de la Federación con nosotros, los productores. Un claro ejemplo es la reciente inauguración del segundo Centro de Industrialización Regional del Café (CIR) en Manizales, Caldas, ubicado en el Recinto del Pensamiento, sede del Comité de Cafeteros de Caldas .
Este centro es una apuesta decidida por transformar la caficultura desde la raíz, brindándonos las herramientas para que no solo cultivemos café, sino que también podamos procesarlo, tostarlo, molerlo, empacarlo y venderlo con valor agregado. Es el sueño de muchos hecho realidad: ver nuestro café salir listo para el mercado, elaborado por nuestras propias manos.
Además de contar con una tienda especializada y espacios para la capacitación en barismo, catación y tostión, este centro representa algo más profundo: la posibilidad de aprender, crecer y fortalecer nuestras fincas como verdaderas empresas cafeteras. Con una inversión significativa, se demuestra que cuando hay voluntad, los recursos aparecen y los resultados también.
Este es el segundo de los quince centros que la Federación tiene planeados en todo el país. Eso, compañeros, es lo que significa decir y hacer. Es pasar del discurso a la acción, del papel a la obra, del compromiso a la realidad.
Estos centros son la puerta de entrada a una caficultura más rentable, más justa y más digna. Nos permiten dejar de ser solo productores y convertirnos en transformadores, comercializadores y, por qué no, en exportadores de nuestro propio café. Esa es la verdadera rentabilidad: no solo vender el grano, sino todo el valor que lleva dentro.
Hoy quiero agradecer y felicitar a la Federación, al Comité de Caldas, a Almacafé y a todos los que hicieron posible esta realidad. Como caficultores, cuando vemos que sí se puede, que sí nos tienen en cuenta, que sí hay inversión en el campo, nos llenamos de esperanza. Y con esperanza, todo es posible.
Porque cuando se hace lo que se dice, el campo florece. Y nuestra caficultura, también.








