Por: Aníbal Charry González
La Corte Constitucional en la sentencia T-323 de agosto de 2024 estableció unos parámetros para la aplicación de la inteligencia artificial -en adelante IA-, en la Administración de Justicia, precisando -respecto de un juez que mencionó en su escrito que utilizaría la IA para “extender los argumentos de la decisión adoptada”, que solo había utilizado Chat GPT para profundizar lo que ya había decidido-, que los jueces pueden delegar parte de su función judicial a la IA, siempre que la motivación medular del fallo quede en manos de su racionalidad.
Como respuesta al fallo de la Corte, muchos consideraron saludable, porque lo es, para nuestra precaria, incompetente y congestionada justicia por carencia de conocimiento profundo de lo que significa esta axial función en nuestro Estado Social de Derecho, que debe perseguir a ultranza justicia social, y no simplemente justicia judicial de cualquier manera, -cuando no contaminada por la corrupción, siendo además el único país del mundo con cartel de la toga-, otros lanzaron alertas sobre la intervención de la IA en las decisiones judiciales.
De acuerdo a lo anterior, teniendo en cuenta que la IA no es más que un sistema para realizar tareas que requieren inteligencia y racionamiento humano; y las deficiencias anotadas -con excepciones claro por falta de esa conciencia sobre lo que significa la sagrada misión de administrar justicia-, sería conveniente que perfeccionando la utilización tecnológica de la IA, esta sea utilizada frecuentemente para la motivación atinada de las sentencias frente a verdaderos autómatas pensantes que son no pocos jueces insensibles a la finalidad suprema de la justicia que siguen formados en el cardumen de facultades de derecho con base en reglas y no en principios y valores, cuyo conocimiento y operación obligan a la intervención racional y sensible de un juzgador para ese logro ambicioso de la justicia.
Porque mientras no haya reformas profundas a la justicia, comenzando por las facultades de derecho para seleccionar a los mejores seres humanos con exigente concurso de méritos para descubrir la vocación de su ejercicio, tendremos que acudir más a la IA, que a los mismos jueces humanos que imparten justicia de cualquier manera con no pocas decisiones absurdas que no garantizan una pronta, cumplida y sensible justicia, que haga honor al significado de una sentencia, que proviene exactamente de sentir las decisiones judiciales en beneficio de la sociedad.








