AMADEO GONZALEZ TRIVIÑO
Sin lugar a equívocos, el tema de la reforma laboral no puede pasar desapercibido en este devenir histórico del gobierno del cambio, lo cual se suma a las otras reformas en salud, pensión, educación y sobre todo en convivencia social, política y económica, como debe ser esta tarea que hemos dejado de lado o que ha permitido a diestra y siniestra toda clase de polarizaciones y de divisiones y enfrentamientos entre la clase política tradicional y sobre todo, en los improperios y retos que se dan entre las castas dominantes en este país.
Y qué decir de la inseguridad, la concepción de justicia y los operadores de ésta en el panorama nacional con procesos que parecen estancados o parcializados y que nunca se tiene una respuesta acorde sobre todo con todo aquello que tiene que ver con este fenómeno de la corrupción en todas y cada una de las instituciones de nuestro Estado Social de Derecho, corrupción de la cual, parece que como una endemia no le ha permitido al actual mandatario, poder mostrar los ecos de una lucha que siempre abanderó y que quienes llegaron a los puestos de poder, siguiendo la constante, prefirieron el mal manejo de los recursos, antes que la transparencia y la defensa de lo público, para no hacer primar el interés general, sobre el uso y abuso del poder por parte unos pocos y para beneficio de su séquito de beneficiarios a lo largo de la historia colombiana.
La reforma laboral se ha ofrecido como la posibilidad de recuperar ese espacio que los trabajadores habían adquirido con el paso del tiempo y que por decisiones que se habían propuesto en gobiernos anteriores, como el incremento de la fuerza laboral, combatir el desempleo y generar más rentabilidad empresarial, terminó siendo solo un esperpento para negar y cercenar los derechos adquiridos, aún en proceso de reclamación y de movilización popular, como acaba de suceder ante la convocatoria del primer mandatario.
No se sabe entonces, si la solución y el rescate de dichos derechos, sea peor que la enfermedad o si ese lenitivo mínimo a la hora de la verdad, ha de repercutir en trasladarse en bienestar para la clase trabajadora sin lesionar la estructura empresarial en Colombia. Es entonces un desafío buscar comprender o entender este proceso histórico y lo que ha de ser, las propuestas que dentro de muy poco, estarán presentando los políticos de nuestro escenario nacional, para conquistar a las grandes mayorías y regresar al poder en el próximo año, año de elecciones en todas las corporaciones nacionales, Presidencia y Congreso de la República.
Ya lo hemos sostenido, la reforma laboral, al igual que la pensional, la de salud y la de la educación entre otras, son reformas necesarias, urgentes y vitales para la recuperación de la confianza en las instituciones, pero estas reformas no se podrán avalar o permitir en este gobierno, por cuanto ello representaría un éxito que no se le puede permitir y ese reconocimiento en favor de las clases menos favorecidas, no puede surgir de la noche a la mañana por quienes están en cabeza del actual gobierno, sino que es necesario que sea parte de ese pastel o mejor de esa forma de gobernar que por siempre nos ha mantenido en desigualdad y pobreza y en el abandono por parte del Estado, por decisión de los grandes monopolios de la riqueza, como de los políticos convertidos en sus defensores y sus grandes aliados.
Y para generar la opción o la posibilidad de una movilización popular, se habla entonces de una gran convocatoria a una consulta popular, como mecanismo de participación ciudadana, tema complejo y de grandes eventualidades que esperamos desarrollar en próximos comentarios, pero que, por ahora parece ser una opción y al igual que las reformas, encontrará entre la clase política mayoritaria en el Senado de la República, su principal opositor. Sin lugar a dudas, todo lo que tenga que ver con esos mecanismos de participación política de las comunidades, de la sociedad, de los ciudadanos, chocará sin equívocos con la clase política dominante, toda clase de contrapunteo negacionista, todo en aras a la supuesta y cacareada defensa de una democracia de papel, como la que hemos vivido en este país, que aún no se repone de sus doscientos años de desgobierno y de abandono social y humano, como lo hemos vivido con paciencia, humildad y resignación.








