EDWIN FERNANDO PISSO ESCALANTE
En el paisaje político actual, el anuncio del Presidente Gustavo Petro de llevar a cabo una Consulta Popular respecto a las reformas laboral y de salud ha generado una buena dosis de controversia y reflexión. La inminente decisión de la Comisión Séptima del Senado de archivar la Reforma Laboral ha llevado a la administración a plantear este mecanismo de participación ciudadana, un recurso que puede parecer democrático en su esencia, pero que plantea serias interrogantes sobre su eficacia y su pertinencia en el contexto actual.
La idea de consultar al pueblo sobre temas que impactan directamente su vida, como el empleo y la salud, es, en teoría, un avance hacia una mayor participación ciudadana. Sin embargo, es crucial examinar cómo se desarrollarán estos procesos de consulta y qué implicaciones tendrán. La lógica detrás de una Consulta Popular sugiere que los ciudadanos deben tener el poder de decidir sobre cuestiones trascendentales. Sin embargo, para que esta decisión sea verdaderamente informada y representativa, es imperativo que la ciudadanía cuente con la información adecuada y comprensible sobre las reformas en cuestión.
En primer lugar, debemos considerar el contexto en el que se están llevando a cabo estas reformas. Las reformas laboral y de salud son complejas y técnicas, lo que hace que muchas personas se sientan desinformadas o confundidas al respecto. En un escenario donde la mayoría de los ciudadanos carecen de un entendimiento profundo de los detalles y matices de estas reformas, es posible que la consulta no refleje la opinión real y fundamentada del pueblo. En lugar de un debate sustantivo, podríamos enfrentarnos a una dinámica en la que la decisión se basará más en pasiones e inclinaciones políticas, que en un análisis racional y razonado de las implicaciones de cada reforma.
Este dilema evoca aquella famosa pregunta del gobernador romano Poncio Pilato, quien, al encontrarse ante la decisión de liberar a Jesús o al ladrón Barrabás, dejó la elección en manos del pueblo. En ese contexto histórico, la decisión no fue guiada por la justicia o la razón, sino por emociones y presiones sociales. De manera similar, en nuestra actualidad, podríamos ver a la ciudadanía atrapada entre discursos polarizados y agendas políticas, sin realmente comprender las consecuencias de su elección. ¿Estamos realmente preparados para tomar decisiones que afecten nuestras vidas sin un acompañamiento educativo y explicativo adecuado?
Además, el hecho de que este tipo de mecanismos de participación ciudadana requiera pasos que involucran al mismo órgano legislativo que ya “archivó” las reformas despierta dudas sobre la autenticidad de la consulta. Esto nos lleva a cuestionar si la intención detrás de la consulta es genuinamente democrática o si se trata de una estrategia política para desviar la atención y ganar tiempo ante la presión social y mediática. La política debe ir acompañada de una ética clara, y la manipulación de mecanismos de consulta puede poner en riesgo la confianza del público en sus representantes y en la democracia misma.








