Por: Mario Solano
La Organización de las Naciones Unidas (ONU), ha definido como aquel estado que no puede ejercer control efectivo sobre su territorio ni garantizar el cumplimiento de sus funciones básicas. Entre las principales causas de esta situación se destacan la corrupción, la pérdida del monopolio de la fuerza, divisiones internas, y la falta de recursos, entre otros. En estos escenarios, las instituciones formales se debilitan o son reemplazadas por grupos armados o redes criminales. La corrupción es uno de los factores más determinantes en la formación de un estado fallido, los funcionarios públicos priorizan intereses personales por encima del bien común, se incrementa la desconfianza en el estado, debilitando más su legitimidad.
Otro elemento crítico es la pérdida del monopolio de la fuerza. El politólogo Max Weber definió el estado moderno como la “unidad política que posee el monopolio del uso lícito de la fuerza en un territorio”. Cuando los gobiernos no pueden controlar a guerrillas, paramilitares o cárteles, entra en un estado fallido, produciendo desplazamientos masivos, y crisis humanitarias, desestabilizando regiones enteras, debilitando las instituciones estatales, facilita las áreas sin ley, florecen actividades como el narcotráfico, el terrorismo y el contrabando.
En un estado fallido la brecha en seguridad aumenta, los ciudadanos carecen de protección frente a la violencia y el crimen, se da la ausencia de un sistema judicial eficaz que agrava la situación, quedando impunes los delitos, en los gobiernos se refleja una desconexión entre los líderes políticos y la población. La ineficacia judicial y policial es otro elemento característico de los estados fallidos. Cuando la justicia no puede garantizar el cumplimiento de la ley, la corrupción se incrementa, aparecen “justicias paralelas” administradas por actores ilegales, lo que erosiona mas la autoridad estatal.
Ante esta problemática, surge una pregunta crucial: ¿Por qué fracasan los gobiernos? La respuesta no es simple, pero en general, el fracaso estatal suele ser el resultado de una combinación de factores estructurales, como debilidades en las instituciones, corrupción y factores coyunturales, como conflictos armados, decisiones políticas de una falta de visión estratégica, la ausencia de liderazgos fuertes y la incapacidad de responder a las necesidades de la población.
Su existencia pone en riesgo la estabilidad regional. Para evitar el colapso estatal, es fundamental combatir la corrupción, tener unas fuerzas militares solidas, promover la inclusión social y garantizar el respeto por el estado de derecho. Solo así se podrá construir una base sólida para el desarrollo sostenible y la paz duradera.








