ALFREDO VARGAS ORTIZ
Orgullosamente Abogado y Docente de la Universidad Surcolombiana
Doctor en Derecho, Universidad Nacional de Colombia
Hace más de siete años, luego de la partida de mi querida suegra Olga Pérez, decidimos, como familia, buscar un pedazo de tierra para producir nuestros propios alimentos, tomarnos un respiro y, sobre todo, cambiar la rutina propia de la ciudad. La experiencia ha sido maravillosa: mis hijos han aprendido sobre los cultivos, los animales silvestres y domésticos, y en general, sobre la naturaleza viva que se encuentra en un rinconcito de San Antonio de Anaconia.
Pasaron muchos años antes de que decidiéramos quedarnos en el sitio, y lo cierto es que, desde el día en que lo hicimos, no hay razón que indique que no deberíamos volver a hacerlo. El arrullo del río, el canto de los pájaros y el aroma del campo son un conjunto de elementos cautivadores que te invitan a quedarte.
Tener huevos frescos producidos por nuestras gallinas, recogidos por Simón y Emmanuel, o traer los racimos de banano, popoche, plátano o yuca para nuestra mesa es una experiencia inigualable. Los productos de nuestra tierra saben mejor. La vida en el campo es igualmente significativa por el contacto con las personas que allí viven. Su humildad, sabiduría, apertura y vocación de servicio son reales. El campo es vida; es un estilo que deberíamos adoptar todos para alejar a nuestros hijos de las pantallas, de la contaminación ambiental, del sedentarismo y de una vida superficial.
Es cierto también que el campo tiene muchas dificultades que deberían llamar la atención del alcalde, el gobernador, los concejales y los diputados. La pobreza es seria, y por eso es fundamental generar programas de seguridad alimentaria y oportunidades de empleo para nuestros campesinos. Las vías permanecen en mal estado, la calidad educativa es deficiente, y las limitaciones de transporte escolar y alimentación reducen las posibilidades de una educación adecuada. Muchas de las sedes educativas no tienen acceso a internet y mucho menos a computadores, lo que afecta la formación de los estudiantes.
En el campo se sufre durante las temporadas de verano, pues se repiten las viejas prácticas de quema y tala que no favorecen la conservación del medio ambiente. Además, es común observar la caza indiscriminada de animales silvestres, que representan nuestra verdadera riqueza natural. Por ello, sería fundamental que las autoridades ambientales tomaran cartas en el asunto, promoviendo campañas para la protección y conservación de nuestra fauna y flora.
A pesar de todo, considero que en el campo la vida es auténtica, no es falsa. Por esta razón, creo que en la Granja La Olguita estaré hasta el final de mis días.








