Por: GERARDO ALDANA GARCÍA
En algunas tradiciones del cristianismo, entendido éste como el culto o devoción a la figura de El Cristo; bien sea el hijo del dios padre, y salvador del mundo, es decir Jesús de Nazareth, o bien como principio cósmico mediante el cual el creador del universo de desdobla en cada ser existente en los multiversos, conocido como Crestos Cósmico Universal, aparece una figura notablemente activa, cual es el caso del sacerdote. De hecho, los primeros, al inspirar su juramento como ungido y en su práctica como ser humano, no solo son discípulos de Jesucristo, sino que están ligados indefectiblemente al antiquísimo nombre de Melquisedec, conocido desde tiempos inmemoriales en el judaísmo como Rey de Salem, hoy Israel, y Sacerdote del Dios Altísimo. Por su parte, en la línea de quienes, al creer en la fuerza del Crestos Cósmico Universal y que, afirman que esta fuerza o energía estuvo y está depositada en la encarnación de quien, al pasar por la tierra, fuese conocido como Jesús de Nazareth, encuentran igualmente aceptable y exaltadora la figura de Melquisedec, a quien, reconocen como el número uno de la Orden que lleva su mismo nombre y lo llaman el Genio de la Tierra y Rey de la tierra, denotando dentro de las competencias de dicha Orden de Melquisedec, que a la misma pertenecen todos y cada uno de los seres humanos que son ungidos como sacerdotes. Así las cosas, desde los dos enfoques de la práctica sacerdotal afianzada en la figura Cristo, la persona de Melquisedec está ligada, y es en consecuencia inspiradora de cada paradigma religioso o idealista.
El hecho es que dentro de las características más sublimes que marcan a los seguidores de Cristo y de Melquisedec, está presente el buen actuar que debe traducirse en actos justos, de humildad y comprensión, como elementos constructores de paz interior y en consecuencia de paz para el mundo. En Colombia, y seguramente en otros países hasta donde llegan los medios de comunicación masivos de hoy día, suele ser conocido el nombre del padre Alberto Linero, quien realmente se llama José Alberto Linero Gómez, y que perteneciera a la Iglesia Católica, ordenado en la Congregación de Jesús y María. Este clérigo ejerció su vocación sacerdotal durante 25 años. El padre Linero nació el 20 de octubre de 1968 en Santa Marta, Colombia. Estudió Filosofía en el Seminario Regional de la Costa Juan XXIII y Teología en la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá. Es escritor de más de veinticinco obras de desarrollo y superación personal, es columnista y actualmente periodista en Blue radio.
Creo que el escenario en el que tengo la oportunidad a diario de escuchar y analizar a Alberto Linero es justamente en Blu Radio. Un espacio en donde los periodistas miembros de la mesa dirigida por Néstor Morales, o a veces por Ricardo Ospina, no solo son de una capacidad periodística admirable sino que además son aguerridos con sus argumentos y posiciones, a veces políticas, lo que lleva a suscitar permanentemente debates en donde incluso se comprometen rasgos de la personalidad de uno y otro, desafiando la cordura y el buen juicio que podrían llevar, en periodistas sin el profesionalismo necesario, a romper relaciones personales. Y en medio de ellos está El Padre, como le dicen. Y no porque aún mantenga socialmente la distinción de Padre, es objeto de consideración alguna en la mesa de Blu Radio; allí no hay clemencia por nadie, y entonces recibe los ataques argumentativos o cuestionamientos sobre su posición, bien sea sobre fútbol, en donde su Unión Magdalena sabe que tiene el alma de Alberto Linero; o sobre cualquier otro tema.
Y allí, en el diario verbal de la radio, Alberto, en medio de su probidad profesional e intelectual, se observa sencillo, amable, simpático, educado, humilde y respetuoso. Es muy difícil advertir en Alberto un ademán de soberbia; no, el man, parafraseando su propio léxico al referirse a Cristo, se muestra fresco. Y eso gusta mucho, y muy en el fondo permite que los oyentes sigan pensando que escuchan al padre. Desde otro ámbito, este hombre que decidió dejar el celibato y tomar una mujer por novia o esposa, demostró, en mi opinión; primero, que es mejor ser sincero con su fe católica y reconocer que le hacía falta su media naranja y que vivir su ausencia en la soledad de la casa cural o bajo el tormento del confesionario, no era recto. Desde un proceder de esta naturaleza evidencia que un Cura célibe es ante todo un hombre, con impulsos normales de sus gónadas habitantes en la fisiología natural del macho. Abdicar esta condición natural, representa un sacrificio, en opinión de muchos, inmisericorde para el masculino humano.
Pero al mismo tiempo ha probado que el abandono de su hábito y ritualística católica, no le han quitado su don de sacerdote. Tremendo ejemplo el de este hombre que, aún sin sotana y con una fémina a su lado con quien, seguramente goza de excepcionales mieles del amor, mantiene y acrece los méritos de un ser ferviente de su dios, de su espiritualidad. Es claro que sacerdotes así le hacen bien a la humanidad y al mundo, serían un ejemplo a seguir.
Seguramente que tal experiencia daría pábulo para muchos que piensan que Jesús de Nazareth no solo fue santo, sino que también tuvo una esposa, lo que lo haría humano y dios a la vez.








